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Blablablá

Como recomienda Jorge Ramos (El País, 04/05/2017): “Todo se puede decir en 12 minutos o menos.

12 de octubre de 2017 Por: Benjamin Barney Caldas

Como recomienda Jorge Ramos (El País, 04/05/2017): “Todo se puede decir en 12 minutos o menos. Después de ese tiempo, la gente se distrae o se empieza a aburrir. Esto significa que no debes usar más de 1800 palabras en tu plática”, es decir apenas un poco más de tres veces esta columna. Pero son pocos los que practican lo de hablar corto por el trabajo que demanda hacerlo bien. Como lo describía Winston Churchill: “Si tengo que pronunciar un discurso de dos horas empleo diez minutos en su preparación [pero si] se trata de un discurso de diez minutos, entonces tardo unas dos horas en prepararlo” (citado por María Lacalle Noriega: Lo breve, si bueno…, 2014).

Sin embargo, el hecho es que conviene recordar el muy conocido más poco practicado consejo del jesuita y escritor del Siglo de Oro español Baltasar Gracián, “lo breve, si bueno, dos veces bueno”, pero sin llegar al Twitter que no sirve sino para gritar… y ensordecer o simplemente bobear, al punto de que, como dice Umberto Eco, en las redes sociales prima la desinformación (De la estupidez a la locura, 2016). Y con los textos escritos, aparte desde luego de las novelas y eso si son buenas, sucede lo mismo; es preciso hacerlos cortos -pero completos por supuesto- lo que demanda mucho más trabajo pero sin duda quedan mucho más claros para los lectores, evitando su interpretación equivocada o acomodada o fraudulenta cuando no su tergiversación.

Es el preocupante caso de las normas urbano-arquitectónicas de Cali, por ejemplo, en las que se ha gastado mucho tiempo, y dinero de los contribuyentes, pero que en lugar de ser claras y escuetas son repetitivas, o ignorantes de importantes temas mientras otras son obsoletas, o ambiguas o contradictorias. Es decir, propicias para la corrupción y difíciles para su control, el que por lo demás poco se lleva a cabo, acarreando la actual situación en el sentido de que la mayoría de las construcciones de la ciudad no las cumplen, y ni siquiera se respetan en las intervenciones en sus Bienes de Interés Cultural si no es que olímpicamente se los demuele sin permiso.

Normas que tendrían que basarse en unos pocos asuntos como uso, volumen y requerimientos. Los usos son vivienda, comercio, oficinas, talleres, fabricas, educación, recreación, servicios y administración. Los volúmenes son altos, medianos o bajos, entre medianeras, exentos o aislados. Los requerimientos, ya tratados en Caliescribe.com (Las normas urbano arquitectónicas, 24/12/2011), son de acceso, circulaciones horizontales y verticales, evacuación de emergencia, sismorresistencia, sostenibilidad (climatización pasiva, iluminación natural, reciclaje del agua y las basuras), contextualidad con el entorno construido, y medidas máximas y mínimas.

Pero por supuesto lo importante sería indagar por qué no es así. Por qué no llamamos al pan pan y al vino vino si, como dijo Henri Poincaré, “una palabra bien elegida puede economizar no solamente cien palabras, sino cien pensamientos” (Wikiquote). Es la trampa: esa contravención disimulada a una ley, convenio o regla, o manera de eludirla, con miras al provecho propio, según la define el DLE, y el caso es que en este caso ni siquiera lo es: no es sino mirar bien la ‘ciudad’ que forzosamente tienen que compartir. Y los ‘ciudadanos’ que aquí ha se han producido a base de puro blablablá, no votan porque, ¿para qué? piensan, dejando que otros, los ‘políticos’, decidan por ellos, en lugar de pensarlo mejor y hacerlo en blanco.

Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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