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2019 y siguientes: utopías

Cambiar el propósito del consumismo para que la gente aprenda a consumir mejor y no simplemente más, lo que sería más negocio para todos pero menos para el capitalismo salvaje, más malo por salvaje y codicioso que por capitalista

2 de enero de 2019 Por: Benjamin Barney Caldas

Continuar insistiendo, pero muchísimo más que antes, en la abolición total de las armas nucleares que son una real y aterradora amenaza, y que la mayoría de las demás, como los barcos, aviones y vehículos militares, se destinen a otros usos en beneficio de toda la humanidad.
Que no se fabriquen más armas y que las que sea necesario conservar se utilicen sólo contra el terrorismo, la delincuencia, la corrupción y la discriminación, y que finalmente cuando se logre la paz de verdad muchas se fundan pero no para hacer ‘arte’ ni ‘contra monumentos’ que no pasan de ser monumentos al fraude del arte contemporáneo, sino para hacer herramientas útiles para la vida no contra ella.

Detener ya el cambio climático eliminando los gases de efecto invernadero, generados por los combustibles de origen fósil (petróleo, gas y carbón) y evitar el desperdicio de recursos no renovables, de agua potable y de energía eléctrica, la que debe ser solar o eólica. Incrementar el transporte público y los carros y motos igualmente eléctricos.
Moverse en bicicleta y caminar mucho más por las ciudades, para lo que las centralidades peatonales son lo pertinente, y poder mirar a los otros en variadas situaciones en lugar de hacerlo en máquinas para caminar en los gimnasios, a los que se va en carro, viendo a los mismos en las mismas y a las mismas horas hablando siempre de lo mismo.

Cambiar el propósito del consumismo para que la gente aprenda a consumir mejor y no simplemente más, lo que sería más negocio para todos pero menos para el capitalismo salvaje, más malo por salvaje y codicioso que por capitalista. No más obsolescencia programada o inducida; reparar todo, reutilizar todo, y reciclar todo cuando no haya más remedio que hacerlo, en lugar de sustituir todo, todo el tiempo; que nada obedezca a la moda, y más aún si se trata de la penúltima moda, y mucho menos la moda misma del vestido, los que los hijos menores deben heredar de los mayores como se hacía antes sin vergüenza alguna, y por supuesto vestirse siempre de acuerdo con el clima.

Detener la destrucción creciente de la naturaleza, tanto sus ríos, lagos y mares, como sus selvas, bosques y campos, junto con su biodiversidad, y es urgente proteger las fuentes de agua dulce. Y desde luego impedir al mismo tiempo alterar sus característicos paisajes, los que son fundamentales para las ciudades ya que siempre serán el espacio abierto en los que están inmersas tanto las grandes como las pequeñas, y lo mismo los pueblos y las culturas y los individuos. El caso es que la vida buena, que no la ‘buenavida’, como la arquitectura buena, depende de la belleza y el conocimiento, además de amar y demás bien, y la buena comida y la buena bebida y desde luego la buena compañía.

Pero sobre todo hay que detener la sobrepoblación ya que el agotamiento de los recursos y el descalabro del clima es su principal efecto debido al consumo desigual y desmedido de toda clase de bienes. El planeta tiene una capacidad limitada de generación de materia prima a partir de los recursos naturales y su dilapidación a un ritmo más rápido del que es capaz de generarlos lleva cada año más pronto a su déficit, lo que amenaza la supervivencia de los humanos. Detener su crecimiento es una utopía que, junto con las otras mencionadas arriba y algunas más, urge volver propósitos mundiales antes de que ya sea utópico hacerlo y lo sufran los que siguen, concebidos sin pensar en su futuro.

Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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