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San Francisco de Roux

Mientras el país sigue pendiente de los tuits y las declaraciones del expresidente Uribe, en la rueda de prensa convocada por él en las pesebreras del Ubérrimo...

2 de agosto de 2018 Por: Beatriz López

Mientras el país sigue pendiente de los tuits y las declaraciones del expresidente Uribe, en la rueda de prensa convocada por él en las pesebreras del Ubérrimo, y sus abogados echan mano de toda clase de malabares jurídicos para salvarlo de la llamada a indagatoria de la Corte Suprema, por supuesta manipulación de testigos, el padre Francisco de Roux sigue los pasos de San Francisco de Asís en la difícil tarea de enfrentarse al lobo de los que quieren que siga la guerra, para darle el marco jurídico a esa paz esquiva que está siendo vuelta añicos por la derecha hirsuta y por los incumplimientos del Gobierno que la firmó.

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Pacho de Roux, ese hombre menudo, a quien apenas se le oye la voz, nació en el hogar de Gustavo de Roux y Enriqueta Rengifo, de la más profunda entraña caleña. Fueron siete hijos, todos comprometidos en una u otra forma con las causas sociales. La mesa del comedor donde se reunían, fue el inicio de su formación como líderes con tendencias ideológicas disímiles. El padre, de origen francés, que estudió en Oxford, fue un contertulio de mente abierta que propició con sus hijos el debate del consenso y el disenso.

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Enriqueta Rengifo, la madre de Francisco, influyó poderosamente en su vocación sacerdotal. Además de ser una mujer muy religiosa, dirigió obras sociales en Aguablanca y otros barrios marginales de la ciudad. La puerta de su casa de San Fernando era continuamente visitada por ‘sus pobres’, que jamás salieron de allí con las manos vacías.

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No quiero referirme a Gustavo, que hoy asesora al Alcalde Armitage en importantes proyectos de índole social. Vivió durante casi una década en la población de Villarrica, donde compartió de igual a igual con las comunidades afro, etnia sobre la cual ha escrito varios libros. Ni a Carlos Vicente, que fue candidato a la Alcaldía de Bogotá, ni a los otros, Antonio, columnista de El País, Luis Javier que falleció hace varios años, ni a María Cecilia y Lía. Es de Francisco, el jesuita, el intelectual, el aguerrido defensor de las víctimas, el que conoce como ningún otro colombiano la tenebrosa realidad de la guerra de las Farc, la más larga de la historia, “por la contundencia de la guerrilla que dio lugar a la ira del paramilitarismo, y por la expansión perversa de la coca, que financió a unos y otros”.

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Antonio Caballero, el progresista, el escéptico, el periodista que no tiene agua en la boca para decirle verdades al establecimiento, ha escrito la más hermosa columna sobre el padre Francisco de Roux, en la revista Semana, con el título de ‘Un cristiano’. Al comentar su libro La audacia de la paz imperfecta (Ariel, Planeta, enero 2018, 201 páginas), afirma que “Pacho de Roux es un cristiano que cree no solo en la necesidad del perdón, sino, como escribe, en la eficacia de “los actos de pedir y dar perdón”.

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Pero lo que más llama la atención de la columna de Caballero, es cuando se refiere al sacerdote como uno de los pocos cristianos que ha habido en la historia de la Cristiandad. “Francisco de Roux se parece a su tocayo Francisco de Asís, ‘el mínimo y dulce’, que quiso amansar por la palabra al feroz lobo de Gubbio para que no siguiera devorando ganados y pastores, como había sido su natural costumbre. En las fauces del lobo pondría siglos más tarde al poeta Rubén Darío esta advertencia, cuando el santo varón va a reprocharle al animal su vuelta a las andadas: ‘Hermano Francisco, no te acerques mucho’...”.