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Lavarse las manos

No voy a referirme al lavado de manos a causa del coronavirus, la pandemia que ha desatado una auténtica pandemia de pánico colectivo.

12 de marzo de 2020 Por: Beatriz López

No voy a referirme al lavado de manos a causa del coronavirus, la pandemia que ha desatado una auténtica pandemia de pánico colectivo. A estas alturas ya el país ha entrado en cuarentena, en la suspensión de manifestaciones públicas, congresos como el del BID en Barranquilla, vigilancia en los aeropuertos y fronteras. ¡Dios nos tenga de su mano!

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Los temas importantes han pasado a segundo plano, como el de los asesinatos de líderes sociales, cuya cifra va in crescendo, la trepada del dólar, la corrupción, la contaminación en las ciudades, los descuidos de las EPS, la inseguridad rampante y por supuesto el caso de la ‘Ñeñemanía’, que le ha dado la oportunidad a Duque de lavarse las manos ante las pasmosas evidencias de compra de votos en las elecciones, y negar rotundamente los videos y grabaciones que circulan y crecen en las redes como tsunami.

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Es que lavarse las manos se ha vuelto costumbre en Colombia. Se lavó las manos el expresidente Ernesto Samper cuando se fue por las ramas ante la JEP y no dijo nada nuevo sobre los dineros del Cartel de Cali que llegaron a su campaña. Tampoco reveló las pistas sobre la muerte de Álvaro Gómez Hurtado al sostener que todo había sido una escalada de la oposición para derrocarlo. Nadie le creyó, y la JEP apareció como una institución sin los elementos jurídicos para absolver o condenar a quienes acudan a ella.

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Se lavó las manos el general Montoya, quien recusó ante la JEP a los soldados bajo su mando como únicos culpables de los falsos positivos, al señalar que ellos actuaron por su propia voluntad, dado su bajo nivel de educación. Como era de esperarse las madres de Soacha protestaron enérgicamente, lo mismo que las innumerables víctimas del más horrendo de los crímenes de lesa humanidad de un conflicto que sigue latente.

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Y quienes estaban llamados a promover la verdad, la reconciliación y la no repetición, como las Farc, también se lavaron las manos. Así lo hizo ‘Timochenko’ ante la JEP cuando calificó a los campos de concentración como zonas de yoga. La indignación de Íngrid Betancur fue coreada por sus compañeros de cautiverio que fueron atados en árboles, bajo el sol y la lluvia, cuando intentaron fugarse. Mintió además sobre la pésima alimentación que consumían los prisioneros.

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Se lavó las manos ‘El Grillo’, el hombre que custodiaba a los 11 diputados del Valle secuestrados el 11 de abril del 2001 y asesinados el 28 de junio de 2007 por “fuego cruzado”, es decir por dos grupos de las Farc. Afirmó en el Cauca, ante la JEP, que los confundieron con el Ejército. Las víctimas protestan porque están faltando a la verdad, al respeto y temen impunidad. Por su parte, Sigifredo López, el único sobreviviente, afirma que en las necropsias se demuestra que los diputados recibieron disparos a quemarropa.

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Estos casos, sin incluir el de los hermanos Moreno Rojas que pretendían colarse a la JEP a pesar de su prontuario de corrupción, y la libertad de la ‘Mata Hari’ relacionada con el ataque a la Escuela de Guerra, es lo que tiene en el ojo del huracán a la Jurisdicción para la Paz, la que es urgente defender si queremos cerrar el ciclo de violencia que ha dejado profundas heridas en el alma colombiana.

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No es secreto la titánica labor en busca de la verdad de la magistrada Linares y del padre Francisco de Roux, quienes se la han jugado toda por realizar la más difícil tarea del Acuerdo de Paz. Deben existir protocolos en el interior de la JEP para no desdibujar sus propósitos, dejando cabos sueltos en la interpretación de juicios que dan pie a que las víctimas se sientan revictimizadas con la interpretación acomodada y mentirosa de los que han asesinado, violado y secuestrado.