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Un hombre íntegro

Se lanzó de frente, sin chaleco protector, ni metáforas a mostrar al desnudo la inequidad que vive el municipio de Cali.

19 de noviembre de 2018 Por: Aura Lucía Mera

Cuando llegué a Cali empecé a seguirle la pista. Reemplazaba a monseñor Sarasti a buena hora. Cali necesitaba un cambio radical en materia arzobispal. No entro en detalles porque me cuelgan la columna.

Escuché una de sus primeras homilías un Viernes Santo, recién posesionado. Se lanzó de frente, sin chaleco protector, ni metáforas a mostrar al desnudo la inequidad que vive el municipio de Cali. Ese vergonzoso desfase entre los ricos y los pobres. Esa violencia y maltrato infantil resultado de hacinamientos en tugurios, falta de oportunidades y desempleo. La falta de solidaridad de esta sociedad caníbal y egoísta. Me llamó la atención y con Beatriz López, compañera de reportajes, le pedimos una entrevista.

No soy curera. Siempre he tenido cierta aversión por las sotanas. Desde pequeña me produjeron rechazo y al crecer comprobé sus marrullas y mentiras. Pero Darío de Jesús Monsalve despertó mi curiosidad periodística y personal.

El primer encuentro no debió ser de su agrado. En el segundo piso de la casa arzobispal, antiguo Colegio del Sagrado Corazón, durante mi primera primaria fue desafortunado. Monté en cólera cuando vi el óleo de Uribe Urdaneta, arzobispo que en nombre de Dios me quitó dos hijos basándose en el Concordato, que tenía efectos civiles e inapelables. Me desperdigué en blasfemias. Pero Darío lo pasó por alto y nos sentamos a iniciar la entrevista como si nada hubiera sucedido.

Nos abrió el alma. Como siempre, Beatriz se encargó de lanzar los dardos de las preguntas duras y yo a observar el ‘intangible’, lo que existe más allá de una respuesta, el entorno, y curiosidades de infancia, recuerdos o anécdotas.

Nos contó de sus metas y preocupaciones. De las irregularidades que estaba comprobando, como la administración de los cementerios arquidiocesanos y otras yerbas. De su experiencia en las comunas más violentas de Medellín donde las bandas se vuelven adictas a la sangre. Sin máscaras, sin tapujos, sin frases de catequesis ni adornos retóricos. Un primer encuentro memorable y cálido.

Semanas después con Beatriz fuimos a almorzar a su casa, que no es la arzobispal, pues Sarasti sigue en ella, una casita colonial de adobe en el barrio Meléndez, la antigua sede de la fundación Mi Casa, creada por el padre Madina, otro apóstol de verdad.

Hace unos días se celebraron sus veinticinco años de obispado. Asistieron representantes eclesiásticos de todos los rincones de Colombia. Familiares. Autoridades. Un almuerzo sobrio en el Dann Carlton. Palabras sentidas. Condecoraciones merecidas. Rosas amarillas. Después una misa en el barrio El Pondaje con más de quinientos asistentes.

Darío de Jesús Monsalve. Arzobispo de Cali. Hombre íntegro. Frentero. Espiritual. Trabajador. Víctima de maledicencias de la ‘élite’ de esta ciudad, si es que tenemos ‘élite’, no lo quiere.

No es un cura manipulable ni chocolatero. Es un guerrero espiritual. Y eso aquí tiene un costo. Lleva firmes las riendas de un potro retrechero y mañoso. Pero lo sabe conducir.

Para mí ha sido un privilegio conocerlo y saber que dentro de algunas sotanas sí existen hombres íntegros, dignos y espirituales.
¡Felicitaciones, Monseñor!

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