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Teresa o la alegría

Aprendí con ella que no se lucha contra el deterioro sino que se acepta. Y que lo más importante en este viaje es el amor incondicional de los amigos, que somos los que nos quedamos huérfanos al no poder compartir más con ella.

29 de mayo de 2017 Por: Aura Lucía Mera

La vida es un viaje, como le dije a mi nieto Santiago el día de su Primera Comunión, entregándole un barquito de colores que compré hace años en Santorini. Siempre lo tuve en mi cuarto. Me encantaba mirarlo. Sus colores ocre y azul, su tamaño, pequeño, macizo y alegre. Tallado en piedra pómez.

Un viaje que iniciamos al aterrizar a este Planeta y recibir la primera bocanada de oxígeno, y que termina cuando exhalamos la última. Ese viaje que siempre será demasiado corto. Pero que estará lleno de aventuras y experiencias.

Navegaremos por mares tranquilos, veremos atardeceres dorados, millones de estrellas y lunas en todos sus tamaños. También enfrentaremos tormentas, vientos huracanados, noches oscuras, nieblas espesas que tapan el horizonte y nos hacen perder el rumbo.

Le compartí que siempre Jesús es el piloto de su nave y siempre llegará a puerto seguro. Que nunca se suelte de su mano amorosa y confíe plenamente en ese Amigo eterno que jamás lo defraudará.

Ayer lunes una amiga del alma, Teresa, nos dijo adiós para desembarcar en el puerto misterioso que no conocemos todavía. Ya entró su barca de Caronte al mar inmenso de la eternidad. Nos esperó a sus más cercanas amigas de vida y recibió nuestro beso de despedida. Escuchó su canción preferida y cerró sus ojos para abrirlos en su nueva dimensión, donde la estarán recibiendo sus papás y el amor de su vida, Fabrice, su marido a quien nunca dejó de amar.

Me tomo la frase de la escritora Marguerite Yourcenar en su libro ‘Memorias de Adriano’: “Supo entrar a la muerte con sus ojos abiertos”.

Los que tuvimos la fortuna de ser sus amigos siempre recordaremos su valor, su alegría, su elegancia espiritual. Llegó a Cali en los años sesenta con su marido. Un aristócrata francés, bello y amable. Su casona en San Fernando se convirtió en el sitio de reunión de ‘todo Cali’. Anfitriones exquisitos, de la época en que Cali era una ciudad acogedora y pequeña. Un cáncer despiadado se lo llevó prematuramente y ella, Teresa, supo hacer de Cali su patria chica y sacar adelante seis hijos.

Trabajadora incansable. Todas las tormentas y tempestades las supo sortear guiada de ese Amigo eterno. Jamás flaqueó en su fe. Jamás se borró la sonrisa de sus labios. Su alegría contagiosa llenaba los espacios. Sus comentarios inteligentes o cargados de humor fino, siempre profundos, fueron el centro de todas las reuniones.

Estos últimos meses que estuve a su lado, cuando ya su cuerpo frágil no soportaba más encarnizamientos médicos sin corazón, mientras le acariciaba sus manos o recordábamos alguna canción aprendí mucho. Estoica y lúcida. Sin miedo a partir. Aceptando cómo su envoltura exterior se debilitaba y esfumaba sin posible retorno, pero con el espíritu indestructible y sereno.

Aprendí con ella que no se lucha contra el deterioro sino que se acepta. Y que lo más importante en este viaje es el amor incondicional de los amigos, que somos los que nos quedamos huérfanos al no poder compartir más con ella.

Diana, Pedro, María Isabel, Felipe Arnoud, tuvieron una mamá excepcional. Ella los seguirá cuidando. Continúen cada uno su viaje. ¡Algún día se volverán a encontrar!

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