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La Semana Santa termina. Miles y miles de estampitas, relicarios, medallas, imágenes,...

2 de abril de 2013 Por: Aura Lucía Mera

La Semana Santa termina. Miles y miles de estampitas, relicarios, medallas, imágenes, crucifijos, palmas, arbustos vendidos han permitido que muchos tengan su ingreso extra. Ciudades y pueblos del Valle también aprovechan la celebración para atraer turismo, mostrar sus paisajes y cientos de miles de ciudadanos se lanzan a las carreteras a pasar unos días en otros lares. Un desconecte santo y sano. La Santa economía se mueve y ahora con Francisco el Hombre, todavía más.Sin embargo, no para todos es igual. Es el caso de Óscar Díaz, el padre del niño quemado al que me referí en mi columna pasada. Su hijo sigue vendado, su hueso calcinado. El equipo médico lucha por salvarle su pierna, su piel, su vida. Lleva cuatro meses, en su cunita, sometiéndose a injerto tras injerto, alimentándose por sondas, pero sonriente, acariciando su cebra de felpa o recorriendo carreteras imaginarias entre las sábanas, con su carrito diminuto y su manito sana. ¿Cuánto le queda? No se sabe... Semanas, meses... Los días pasan lentos y se confunden con las noches.Pienso en Óscar. Pienso en las personas que se han acercado a visitarlo u ofrecerle compañía, solidaridad, algún apoyo económico. Pero pienso sobre todo en el gobernador Ubeimar Delgado y en el alcalde de Buenaventura. Óscar, su mujer y sus ocho hijos quedaron en la calle. El menor, murió calcinado. Su rancho de madera, levantado con esfuerzo, convertido en cenizas por ese volador prohibido, lanzado por un borracho ese 7 de diciembre. Ahora duermen en el suelo. Algunas cobijas regaladas los protegen de la humedad del Puerto.¿Sería utópico pedirles a estos dos gobernantes, Departamental y Municipal que le tiendan una mano a esta familia? Por qué no una de esas famosas ‘casas gratis’. Ellos cumplen con la doble tragedia del desplazamiento y la pobreza absoluta. Sus sueños rotos, sus esperanzas consumidas por las llamas ebrias.Óscar y su familia pertenecen al mar. Siempre han estado acompañados de olas y espumas, de esa música acompasada de agua salada. Su destino no es un trabajo en la ciudad capital. Esto sería obligarlos a desplazarse hacia una sociedad inclemente y cruel. Óscar ama su oficio de aserrador. Su mujer y sus hijos son parte cultural de ese Pacífico olvidado.Entrego de nuevo a los lectores el teléfono de la mamá de esta criatura que apenas se estaba asomando a la vida, 6 añitos y ya la tiene que ver a través de vendajes y dolor. 3182079 283. Ella está en El Puerto. Sobreviviendo entre frituras y lágrimas.Señor Gobernador, conozco su sensibilidad social. Señor Alcalde, por favor tiéndale una mano a Óscar y su familia. No es regalando un pescado. Es devolviéndoles la posibilidad de volver a pescar y a vivir con dignidad. Los borrachos siguen lanzando voladores al aire. En sus vidas no pasó nada. Pero destruyeron otras.Óscar se encuentra en el segundo piso del pabellón de quemados del HUV. Siempre al lado de su hijo. Él sabe que por ahora no puede volver a trabajar en su tierra y su mar. Mientras tanto, estoy segura, seguirá recibiendo visitas de almas solidarias y sensibles. Es una forma paliativa de mitigar ese dolor.

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