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Nada cambia

Una guerra civil en la que nos matamos sin razón entre hermanos, entre selvas y montañas frías e inexpugnables, donde se mantienen secuestrados en condiciones infrahumanas...

19 de diciembre de 2022 Por: Aura Lucía Mera

Revolviendo papeles me encontré un artículo mío escrito para este diario de finales de 2004. La bicoca de casi dieciocho años. Lo transcribo con tristeza, porque aquí no ha cambiado nada.

Se titula Cold Mountain: “Me sumergí de tal forma en la película Cold Mountain que perdí durante dos horas la ubicación. Se me olvidó que estaba sentada en una sala de cine frente a una pantalla gigante. Dejé intactas las crispetas. Sentí hasta la médula el horror y la crueldad de esa guerra civil irracional e inútil en la que hermanos de patria se masacraron sin respetar mujeres, ancianos ni niños.

La garganta se me convirtió en un nudo como el del macizo colombiano y por los lagrimales me salían chorros de agua salada. Sentí en carne propia la fuerza de esas tres mujeres unidas en el dolor y la muerte. Desaparecían barreras de edad, y diferencias culturales dando paso a una solidaridad férrea.

La mujer mayor que le toca presenciar el asesinato a sangre fría de su marido y sus dos hijos, mientras la tienen amarrada e impotente, casi estrangulada. La campesina hosca y ruda que creció en medio del desamor y el abandono y trata de esconder su inmensa ternura con actitudes tajantes y comentarios cáusticos, y la hija del Pastor, criada entre linos y olanes, amante del piano y el latín, absolutamente ajena a labores domésticas y trabajos de campo.

La fuerza, el valor y la unión las hace salir adelante. Sobrevivir la soledad, los rigores del invierno y superar esa devastación física, moral y emocional de esa violencia insana.

Han transcurrido más de cien años de esa guerra que partió en dos y desgarró el alma norteamericana. Lograron rearmar su país a retazos. Perdonaron a la fuerza. No sé si olvidaron, pero lograron salir adelante.
Sin embargo, en Colombia desde hace muchísimos años se reelige esta historia trágica. Una guerra civil en la que nos matamos sin razón entre hermanos, entre selvas y montañas frías e inexpugnables, donde se mantienen secuestrados en condiciones infrahumanas, se arrasan sin piedad caseríos, asesinan mujeres y niños, incendian pueblos, vuelan puentes, minan de explosivos los caminos, tiñendo sin cesar de sangre el horizonte.

Colombia es Cold Mountain. Nos matamos entre hermanos y también son las mujeres, las que erguidas ante la tragedia que les ha arrebatado a sus hombres, sus hijos, sus hogares, continúan su camino. Se desplazan y luchan por la supervivencia de los seres queridos que les quedan, deambulando con el alma partida, casi sonámbulas para continuar donde sea y como sea la vida, sin música de fondo como en la película y sin que caiga el telón.

Nuestro Cold Mountain tropical mestizo, anárquico, irracional, se nutre con un ingrediente espeso, el narcotráfico, que a su vez se alimenta de sangre y muerte y salpica cada día con mayor fuerza todos los estamentos de la nación. Por eso los diálogos fracasan, se irrespetan los pactos, el dólar enloquece y el vértigo de la muerte sigue cobrando sus trofeos.

Basta echar una mirada por Cali para darnos cuenta una vez más que caímos impotentes ante las garras de los narcos que están de nuevo en todo su apogeo y que cada esquina, cada calle, cada parque pueden ser trampas mortales de vendettas y asesinatos ante una comunidad inerme y ausencia de autoridad.

No sigan buscando en basura. Apareció ya. Es todo Cali, no se preocupen más”.

Aquí no ha pasado nada. Feliz Navidad.

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