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Mugre Rosa

Sí. Sigo pensando en ella. Sigo con el Mugre Rosa pegado a mi alma y lo curioso es que no sé explicar por qué

19 de abril de 2021 Por: Aura Lucía Mera

“Si te regalan una caja de aire,
¿cuál es el regalo?”

Termino el libro. Pero el libro se me pegó por dentro. No es un libro que al final de la última página se cierra el ciclo. Deja la huella puntual. Yo sigo envuelta en la niebla espesa que se apodera de la ciudad. La imagen de la invasión de algas rojas que se apoderan del río y lo convierten “en una alfombra de retazos, en un espectáculo de luces”, como un “mar de llamas”, hasta “que unas semanas después aparecieron los peces muertos”, me persigue.

Siento el viento levantando polvo y mugre, y veo el cielo “con ese tinte brillante, como de carne cruda chorreando su jugo”. Pienso en esos millares de pájaros “que desalojaron el aire y se sintió el silencio en los aires, y la gente se enloqueció llenando las plazas con migas de pan, y nadie volvió a ver un pájaro, ni siquiera una paloma” y los pájaros nos dejaron solos con el viento rojo”.

Sigo pensando en la narradora, acorralada por el miedo de ese silencio doloroso, “ese silencio que había vuelto, con toda su brutalidad”. En esa mujer, cuyo nombre ignoro o ya lo olvidé, que no quiso abandonar el pueblo y se quedó enfrentada con ella misma, su soledad y desamor, su ternura infinita y su desesperación y rabia cuando le toca cuidar al niño obeso que hasta sus tres años fue un niño redondo y feliz y poco a poco se fue convirtiendo “en un monstruoso error de la naturaleza incapaz de saciarse”.

Sí. Sigo pensando en ella. Sigo con el Mugre Rosa pegado a mi alma y lo curioso es que no sé explicar por qué. En sus días felices de infancia con su nana, agarrada a sus piernas, en su relación con su madre que “era como si habláramos idiomas distintos y ninguna de las dos estuviera dispuesta a aprender la lengua de la otra”, “hasta que la pandemia tuvo el efecto de reconciliarnos”.

Su amor enfermizo hacia el amor de su infancia, ese hombre extraño que se fue alejando de su vida, permaneciendo en ella hasta que desapareció cuando evacuaron los enfermos y se los llevaron en un camión.

Cito a Piedad Bonnet quien escribe en la contracarátula “Mugre Rosa es una metáfora poderosísima de un mundo afectivo en crisis. Donde todo está a punto de hundirse, aunque sostenido todavía por los hilos débiles de la memoria, la ternura, la solidaridad y el esfuerzo para llegar donde la vida sea otra cosa, novela estimulante y perturbadora, y después de cerrarla sus imágenes seguirán persiguiéndonos por mucho tiempo con su carga de belleza y melancolía”.

Me pasó a mí. Tengo esas imágenes, la niebla, el viento, las algas rojas invasoras, el silencio enloquecedor, el polvo, el miedo, el valor, dentro de mí. También atrapada entre la incertidumbre de un mundo diferente y un presente confinado e inseguro, recuerdos, nostalgias extrañas.

Fernanda Trías, su autora uruguaya, actualmente residente como escritora en la Universidad de Los Andes logra, no sé cómo, porque ya no sé si es una novela o un largo poema en prosa, tocar y remover unas fibras intangibles que por lo menos yo ni sabía que existían.

Rompe parámetros, rompe expectativas, rompe diques internos como esas algas invasoras que cambian la vida de los habitantes del pueblo.
Casi como Rulfo en Comala. Un torbellino poético y tenaz, espantoso y sublime.

Ya confirmada para el Oiga Mire Lea, muero de curiosidad por conocerla, por escarbar en su mente, por descubrir cómo hizo para escribir Mugre Rosa. ¡Una obra fuera de lo común! Es de noche y siento de nuevo una niebla espesa, no sé por qué.

***

PD. “Y después del hambre y la sed, de días y días de soledad, ves pasar una hormiga, la miras como nunca habías mirado una hormiga, y te das cuenta que ella no sufre”.

PD2. ”¿Dónde estás? Lejos. ¿Entonces por qué podés oírme?”.

PD3. “La serpiente muda y se recicla, pero no por eso deja de ser el mismo animal”.

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