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La América profunda

Una cosa son las grandes urbes como Nueva York, Los Ángeles, San Francisco o Chicago, donde la vida es un hervor continuo de acontecimientos.

9 de julio de 2018 Por: Aura Lucía Mera

Una cosa son las grandes urbes como Nueva York, Los Ángeles, San Francisco o Chicago, donde la vida es un hervor continuo de acontecimientos. Palpitan a ritmo enloquecedor, los ruidos se mezclan, los olores se amotinan, los colores funden, y los humanos se mueven como hormigas frenéticas, evitando tocarse con antenas invisibles que impiden todo contacto.

Esas ciudades forman en nuestro imaginario lo que vemos como Estados Unidos de América, pero, la realidad es totalmente diferente en la América profunda que nos estremece con su silencio autista, sus infinitas extensiones de sembrados, su individualidad absoluta y su no-me-importismo de lo que sucede a su alrededor. Nada existe fuera de lo que los rodea. El mundo es eso, y lo demás no importa. Trump es el rey, porque su meta es ‘America great again’. Esa América que es la fuerza invisible que la convierte en potencia mundial.

Tuve la ocasión, en días pasados, de recorrer la profunda Indiana, bastión ultraderechista, durante horas de horas por autopistas que surcan entre sembrados de maíz y papa. De vez en cuando una casita de madera falsa, con su porche, su anjeo, su rimax y su camioneta parqueada. Otra. Otra. Unidas por pueblitos minúsculos, todos iguales. Su supermercado, su droguería, su pizzería y sus McDonalds... y la infaltable iglesia de cualquier religión. Tienditas minúsculas, kioskos en medio del parque donde se celebra con cerveza. Las señoras maduras llevan sus mascotas a pasear, no importa que sean perros o cacatúas de colores.

Sentí un escalofrío en el espinazo. Era como atravesar un territorio de plástico virtual, un mar verde de vegetales repletos de hormonas que alimentan a millones de seres e imponen las reglas del comercio mundial. Pero más que ese mar de maíz, lo que me impresionó fue el autismo y la sensación de ausencia emotiva de sus habitantes.

A excepción de Illinois, con Chicago como bastión único demócrata, esa América profunda que alcancé a husmear me produjo miedo. Ese autismo, esa falta de calor humano, esa ignorancia de todo revestida de soberbia infinita. Gamonales del mundo que no conocen el mundo y jamás han sacado sus narices fuera de los tractores, los partidos de baseball, su pizza y sus hamburguesas.

El Lago Michigan, misterioso, lleno de leyendas y tragedias, une cuatro estados que con excepción de Illinois representan la primitiva ideología que no ha logrado avanzar ni un milímetro desde sus colonizadores. El dinero es Dios. Es el único que se debe adorar. Toda idea diferente es satanizada y debe ser compartida.

¡Ya entiendo por qué ganó Trump! ¡Qué espanto!

***

P.D.: En cambio quedé enamorada de Chicago. Linda, alegre, demócrata, llena de luz, de parques, de etnias que se respetan y comunican. El único estado en que jamás existió segregación indígena ni esclavitud. ¡La Ciudad de los Vientos, donde la arena canta porque está formada de cuarzos destellantes!

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