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In memoriam

PD. Margara, cuéntanos algún día “qué poemas nuevos fuiste a buscar”. Te tengo grabada en mi corazón, y la garganta apretada de dolor.

22 de noviembre de 2021 Por: Aura Lucía Mera

A Margarita Londoño Vélez

Hace exactamente tres años fuimos Beatriz López y yo a Santander de Quilichao a entrevistar a Margara, o Chirringa. Su segunda novela salía a circulación. ‘Cuando la ópera llegó a Rosas’, libro apasionante en que investiga y cuenta cómo coinciden Uribe White, ingeniero constructor de la carretera que uniría a Popayán con Pasto, y un contrabandista de anís, más cotizado que la hoja de coca pues con esto se elaboraban las mistelas coloridas en Popayán, en una taberna en Rosas. La única. La que reunía prostitutas, borrachos, constructores, comerciantes, que se protegían de esos fríos de páramo, abismos insondables y miedos. Un libro, repito, apasionante, divertido, que rescata una de esas memorias perdidas de este país sin memoria.

Había decidido construir su cabaña en Santander de Quilichao, muy cerca de la hacienda La Corona, joya colonial del Cauca. Rodeada de árboles, flores, frutales, perros, pinturas, libros, cuadros. Estaba radiante a pesar del diagnóstico. El ELA, esa enfermedad inhumana ya se había instalado en su cuerpo. Iniciaba su invasión. Un pie ya había perdido movilidad. Pero, sonriente, caminaba con un bastón y nos mostró su silla de ruedas todavía sin estrenar.

La entrevista fue una charla deliciosa en que hablamos de muchísimos temas, salieron a flote recuerdos, entre carcajadas y reflexiones.
Margara, una fuerza de la naturaleza incontenible, una inteligencia privilegiada, una imaginación desbordante que la llevó a ser la autora de libros infantiles más importante de Colombia.

Inquieta. Curiosa de la vida, de la historia, apasionada de la literatura y la música, rebelde contra las inequidades de este país. Crítica absoluta de la corrupción y el clientelismo. Su paso por el Senado fue rápido.
Renunció a ver las porquerías que se cocinaban y la impotencia para cambiar algo. Decidió dedicarse al periodismo y la literatura. El Espectador, El País, Occidente, Kienyke, Las Dos Orillas, la radio. Entregada a la docencia y llenando de magia y alegría, pero llevando a la reflexión todo lo que tocaba; personalidad vertical, honesta, sin dobleces.

Logró superar la tragedia que se llevó la vida de su marido Pedro y de Pablito, su hijo pequeño. Una buseta conducida por un borracho los atropelló de frente en el Callejón de las Chuchas. Un dolor interno. Estoico. Irreparable. Decidió seguir adelante por su hija Gabriela, quien se convirtió en su mejor amiga y confidente.

El ELA siguió su devastador recorrido paralizándole todos los músculos. Pero Margara siguió su vida, asistiendo a conversatorios, presentaciones literarias y escribiendo sus últimas dos obras. Incansable a pesar de su agotamiento, lúcida y creativa, acompañada siempre de su música, sus flores, sus árboles, disfrutando atardeceres naranja que a veces aparecen iluminando el horizonte.

Próxima a su final, convocó a su familia. Esa familia unida como una piña, en los días anteriores a su partida brindó con champaña. Confidencias, risas, llantos y mucho amor. Escuchó por última vez sus tangos favoritos, sus vallenatos, sus clásicos. No apagó su sentido del humor. Su energía espiritual al máximo supo, como escribió Marguerite Yourcenar, “entrar a la muerte con los ojos abiertos”.

Qué lección de vida. Qué entereza. Qué valor. Qué capacidad de amar. Margarita, estuve dos días antes de tu partida en La Corona, con tus hermanas, tu hija, tu marido, con Lila tu incondicional tía. No pude verte, pero te sentí en todo momento. Gracias por haberme permitido ser cercana a ti desde que naciste. Siempre fuiste como una hermana menor, cuántos recuerdos, cuántas risas compartidas. Vuela. Ya te devolvieron tus alas. Y sigue acompañándonos desde tu nueva libertad.

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PD. Margara, cuéntanos algún día “qué poemas nuevos fuiste a buscar”. Te tengo grabada en mi corazón, y la garganta apretada de dolor.

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