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Había una vez…

Había una vez un piedemonte. Un bosque seco. Un paraíso de árboles...

3 de mayo de 2011 Por: Aura Lucía Mera

Había una vez un piedemonte. Un bosque seco. Un paraíso de árboles frutales, mango, papaya, higuillo, membrillo, durazno, guama, nísperos, grosellas, lima y limones. Ríos cristalinos de nombres poéticos como Lili y Meléndez. Árboles majestuosos como los chiminangos, ceibas, cúcharos gigantes, cauchos, palmas, manos de oso, gualandayes zapotes, guarumos, samanes y bambúes.Había una vez un piedemonte lleno de flores. Orquídeas, heliconias, acacias doradas y rojas, filodendros, chamburos, veraneras, platanillos, marantáceas, bijaos y musáceas, lluvias de oro y guayacanes.Había una vez un piedemonte. Un paraíso de aves. Azulejos, colibríes, guacharacas, atrapamiscas, barranqueros, siriríes, asomas, arrendajos, elaeinas copetonas, batarás, cotorras, currucutús, espatulillas, sicalis, picaflores, halcones y gavilanes, garzas y pellares. Mariposas y luciérnagas.Había una vez un piedemonte. Reino de anfibios y reptiles. Iguanas, ranas, culebras cazadoras, tortugas tapaculas, lobitos de colores, lagartos, guatines, ardillas de cola roja, zarigüeyas y murciélagos, zorros cañeros.Había una vez, hace 80 años, una hacienda llamada San Joaquín, al sur del piedemonte caleño. Cuenta la historia que cuando los conquistadores llegaron encontraron en ese vasto piedemonte comunidades indígenas fieras y valientes, los Lilíes y el pueblo de Petecuy. “Un pueblo con una gran casa llena de cuerpos comidos, con muchos maizales, yucales, palmeras y frutales. En las casas principales se hallaban cuerpos desollados rellenos de ceniza. Eran considerados valientes, bárbaros y caníbales. Hacían de sus cuerpos sepulturas insaciables. Hacían fiestas los de un pueblo con otro, bebiendo y comiendo, a veces golpeándose, saliendo muchos heridos y otros muertos. Al que allí mataban no tenían pena ni quedaba enemistad…”. (Cronista Pedro Cieza de León)En 1808, nos cuenta don Luis de Vergara: “…entre estos dos ríos, el Lili o Las Piedras y el Meléndez, se halla la hacienda de trapiche de don Joaquín Roberto Varona, con 67 piezas de esclavos, bien bañada de aguas. Su territorio, parte llano y menos cubierto de montes, es capaz de albergar 1.600 reses…”.Ahora es la reserva natural silvestre y el pulmón más importante de Cali. El más bello. Desde hace 80 años el Club Campestre de Cali ha preservado su bosque seco, su piedemonte, su fauna, su flora, sus aves. El libro Club Campestre de Cali es una joya editorial, no solamente para sus socios, sino para todo caleño que ame el ambiente y quiera conocer el tesoro que tiene en su ciudad. Felicitaciones a Felipe Raffo. Felicitaciones a todos sus colaboradores. Han logrado realizar uno de los más bellos testimonios editoriales. Textos. Fotografías. Diagramación. Impecable. Gracias por ayudar a rescatar lo bello y enseñarnos lo que tenemos y debemos, a rajatabla, conservar.

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