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El huracán del Hay

Ya arranca en el Corralito de Piedra y palabras empiezan a sonar, a crepitar como si estuvieran encerradas en unas maracas y quisieran escaparse.

28 de enero de 2019 Por: Aura Lucía Mera

Ya arranca en el Corralito de Piedra y palabras empiezan a sonar, a crepitar como si estuvieran encerradas en unas maracas y quisieran escaparse. Cientos de hombres, mujeres, estudiantes, sienten ya ese cosquilleo excitante debajo de la piel, que no se puede describir pero que existe para que llegue el momento del pistoletazo que da la largada a los conversatorios, mesas redondas, tertulias y comentarios sobre esos autores, sus libros, sus opiniones y sus reflexiones.

Como todos los años -tengo la fortuna de haber asistido a todos- llega el huracán, ese autor o autora que irrumpe de pronto y deja huella indeleble. Hablando en términos taurinos, como ese toro encastado y lleno de nobleza y trapío que logra retornar a su dehesa y disfrutar de sus once mil vírgenes. O ese lidiador que enfundado en su traje de luces enloquece hasta el delirio a miles de aficionados quedando su faena grabada para siempre.

Recuerdo varios huracanes: Ian MacEwan, inglés, pálido, frágil, que rompió esquemas con Saturday, Match Point, Chesil Beach. Gertha Müller y esa desolación en prosa implacable y perfecta. Svetlana Alexievich con esos testimonios brutales y sin máscaras sobre Chernobyl y la extinción del Homus soviético. Philippe Claudel, cortante como un bisturí que disecciona emociones. Henry Marsh, el sabio humilde que reconoce que se sabe más sobre la luna que sobre el cerebro, ese misterio que él ha penetrado miles de veces para sanarlo sin dañarlo. Barrera Syska con uno de los libros más perfectos, ‘La Enfermedad’. Juan José Millas y su universo que se le escapa de la realidad y lo atrapa en otras realidades. Rodhes y su música que lo sacó del infierno de los abusos sexuales de su infancia. Carlos Fuentes, entre otros.

Este año llega un huracán de España. Devastador. Implacable consigo mismo e impecable en su prosa y poesía. A raíz de la muerte de sus padres y su separación, envuelto en las brumas del alcohol y en la depresión sin salida, de pronto decide vomitar esos dolores, esos recuerdos, esos errores y fracasos, esos amores inconclusos y sale a la luz Ordesa, una catarsis dura y amorosa, donde desnuda su alma y sus secretos para recuperar su libertad y su paz interior.

Libro que cimbra la literatura española. Sus autores son más dados a la ficción o a desenmascararse en tercera persona, que a empelotarse al público asumiendo el Yo. Libro que golpea hasta las lágrimas y en el fondo es un largo poema de amor y perdón.

Manuel Vilas. En esa edad donde “no se es viejo ni joven todavía”. Un poetazo sin adornos telúricos ni caricias de rima. Poeta violento. Poeta puro, en cada estrofa, en cada verso lanza una lanza al corazón.

Juan José Millas se refiere a Ordesa y a Vilas en un artículo de El País Madrid: “Hay libros domesticados que te dan siempre la razón, incluso cuando no la tienes. Y libros de perrera pobres como chuchos sin dueño, la mayoría cubiertos por las pulgas del papel, que se llaman lepismas y también pececillos de plata, y que se comen las metáforas de las novelas del mismo modo que los piojos chupan la sangre de los perros callejeros. Hay tanta clase de libros como de perros. Perros y libros de todos los tamaños encuadernados en esto o en lo otro, impresos en esta familia tipográfica o en esta otra, ilustrados y sin lustre, de raza o vagabundos. Hay libros que vienen cuando silbas y te agasajan con la furia con la que el perro contonea el cuerpo cuando te ve llegar. Hay libros caniches y libros grandes, de razas oscuras, que se comen a los hijos de las visitas mientras los adultos toman café en el salón...”.

“Todo esto para decir que, además de los mencionados, hay libros salvajes, como la lubina del Cantábrico, pura plata brillando al sol que te duele cuando la pescas. Libros que lees boqueando, como si acabaran de sacarte de la atmósfera o que te arrastran a las profundidades del océano. Libros como ‘Ordesa’, de Manuel Vilas, al que Dios confunda por rompernos el alma”.

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