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Diez años de impunidad

El viernes 16 de marzo se cumplen diez años del asesinato cobarde...

13 de marzo de 2012 Por: Aura Lucía Mera

El viernes 16 de marzo se cumplen diez años del asesinato cobarde de monseñor Isaías Duarte Cancino. Un atardecer gris. Un triunfo apocalíptico de las fuerzas del mal sobre Cali. Monseñor salía, despuntando el anochecer, de la Parroquia del Buen Pastor en el Oriente de la ciudad, después de haber celebrado con la Eucaristía el matrimonio de cien parejas.Pero desde hacia meses él mismo había firmado su sentencia de muerte. Oscuras sombras enmarcaban su soledad. Se había atrevido a poner sobre el tapete la torva realidad de la ciudad: refiriéndose a los ríos de dinero mal habido, fruto del narcotráfico, que se estaban incrustando en las campañas políticas y en muchísimos entes de la sociedad. En los pulpitos, de frente, sin tapaderas. Ya unas semanas antes había comentado: “Si por lo que pienso y hago me matan, que me maten, porque Dios no querrá que salga corriendo”.Seis balazos a quemarropa. Para que no cupiera la menor duda de que iban por él. El cielo empezó a relampaguear y una tormenta estruendosa y torrencial inundó Cali. La ciudad esa noche maldita se cubrió también de lágrimas. Habían asesinado a un hombre valiente, firme, que estaba realizando importantes cambios dentro de la Iglesia de Cali. Hombre recio de carácter, muchas veces mal interpretado por cacaos eclesiásticos y empresarios ídem. Venía de Apartadó en el Urabá, territorio azotado por la violencia y la corrupción. No le había tocado un ministerio en carroza. Por eso mismo no se arrugaba ante nada. Mucho menos ante la verdad.Recuerdo que la noticia la recibí como una puñalada fría. No soy muy de curas, ni de prácticas religiosas. Tiendo a lo contrario, recelando de muchos que ostentan sotanas, y dudando de sus predicas. Sin embargo, la labor de Isaías Duarte Cancino me movía el piso. Al fin un jerarca en Cali se había puesto las pilas para trabajar por la ciudad, en serio, con programas sociales, educativos, innovadores para combatir esa abismal desigualdad de la ciudad. Tocando conciencias, despertando a muchos privilegiados del letargo para abrirles los ojos en una responsabilidad social. Cali tenía un guía. Espiritual y concreto. Práctico. Férreo. Mano dura. Jamás le tembló la voz, ni se ablandó ante nadie. Su carácter santandereano era su impronta.Al día siguiente hice parte de la inmensa fila en la Plaza de Cayzedo, para darle un último adiós, y agradecerle todo lo que había hecho por la ciudad. Un nudo en la garganta me apretaba, cuando me asomé al ataúd para mirarlo por última vez. Una ira sorda me atenazaba el estómago. Cobardes. Asesinos. No pasarán.Afortunadamente, para que no nos olvidemos, como siempre ocurre, y que todo quede en simple anécdota, el sacerdote Efraín Montoya Flórez, doctor en Teología Fundamental y docente del Seminario Mayor y de la Universidad Lumen Gentium de Cali, acaba de publicar un libro titulado ‘Sangre de profeta’, editado por Ediciones Paulinas, donde nos cuenta quién fue monseñor Isaías Duarte Cancino. Desde su niñez hasta su asesinato cobarde.El padre Montoya recoge obras y palabras de Monseñor. Nos vuelve a traer al presente esa labor importantísima que legó a Cali. Monseñor Isaías Duarte Cancino, profeta, líder, visionario, irrepetible. Cali no olvida. Gracias Efraín Montoya por habérnoslo traído de vuelta con ese libro. Es sentir su energía y presencia otra vez.

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