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Despelote

¡Una buena noticia! En Cali no hay pandemia. Salí el sábado hasta el Oeste y para grata sorpresa caí en un trancón que se iniciaba en el Icesi y llegaba hasta Jardín Plaza. Delicioso.

30 de noviembre de 2020 Por: Aura Lucía Mera

¡Una buena noticia! En Cali no hay pandemia. Salí el sábado hasta el Oeste y para grata sorpresa caí en un trancón que se iniciaba en el Icesi y llegaba hasta Jardín Plaza. Delicioso.

Me sentí como en los viejos tiempos. Libre como el aire, libre como el viento, carro contra carro, pitos estridentes, vendedores ambulantes metiéndose entre la turba de motocicletas vendiendo globos de colores, almanaques, jóvenes vestidos de Chaplin haciendo muecas y carcajeándose a dentadura limpia dispersando aerosoles en la atmósfera, niños exhibidos como mercancías jugando en los andenes, obviamente a cara pelada mientras las madres se pasean con un cartón en la mano.

Cali, ciudad milagro. Científicos del mundo entero deberían venir a observar este fenómeno. No sé si fue la virgen de Chiquinquirá que ejerce como Primera Virgen de la nación o Cristo Rey que sigue con los brazos extendidos para convencer a los ladrones de que no tiene celular ni reloj, que mira desde la cima del cerro cómo la ciudad se desboca, baila alrededor suyo con permiso de mandos medios que alegan que al Alcalde no hay que pedirle permiso de nada.

Los hoteles prestan sus salones cerrados para ágapes de más de cien personas perfumadas y recién graduadas, que brindan con el tapabocas en el bolsillo y al tercer trago se les olvida dónde lo botaron. Las carcajadas se cruzan y los abrazos, con lágrima y moco incluidos, van y vienen.

El alcalde Ospina en un acto de sensatez prohibió cualquier espectáculo público, nada de feria de salsa ni de toros. Tal vez olvidó que en Cali no hay pandemia, que el cuento del virus fue inventado por unos chinos que comieron murciélago. Acá los murciélagos solo comen mango.

Aproveché el trancón para volver a saludar y conversar con mis ceibas favoritas. Esas de la Cañas gordas que extienden sus brazos hacia nosotros, las barrigonas, las altivas que buscan el cielo, las majestuosas de la circunvalación.

Me pregunto qué piensan de nosotros. Sé que nos miran con lástima, pobres gusanos de dos patas envenenándolas con gases, aturdiéndolas con pitos. Ellas saben que nosotros no podemos vivir sin ellas ni sus hermanos de especie. Ellas seguirán erguidas.

Sé que se comunican raíz a raíz con sus congéneres, los samanes, las acacias, las cadmias, las palmeras y los guaduales, entrelazándose debajo de la tierra, ayudándose y cuidándose mientras nosotros los gusanos nos atropellamos, nos matamos, nos empujamos caminando ciegos y enloquecidos por tener una licuadora con descuento.

Alcalde, no insista. En Cali este diciembre la turba seguirá saliendo desbocada. Permita que los que quieran se contagien, y talvez celebren el Año Nuevo en un velorio. Ni usted ni la de Chiquinquirá, ni el Cristo de la montaña podrán hacer nada.

Cali decidió que no existe pandemia. Es diciembre y punto. No hay ley que la contenga. Le sugiero enfocarse en la seguridad porque el despelote no lo frena nadie. Y con los ‘Black lunes martes miércoles jueves y Fridays’, pues quién le pone el cascabel al gato.

Ya se prendieron las luces y el Niño ya está en el pesebre. No hay nada qué hacer. Yo por si acaso le voy a poner tapabocas a los pastores, no sea que Melchor, Gaspar o Baltazar traigan desde Egipto el Corona y de pronto contagien a la Familia Sagrada, ya arrodillada en su pajar.

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