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¡Chécheres!

Me considero, como dice el poema, ‘ligera de equipaje’, pero sin embargo voy a hacer una revisión autocrítica de los chécheres que me sobran, que siempre hay.

16 de octubre de 2017 Por: Aura Lucía Mera

“...si a sus hijos no les interesa nada de lo que usted tiene en su casa, cuando usted se muera tampoco se van a interesar”. Esta frase la leí en un artículo del Washington Post recomendando lo que en Suecia llaman un ‘death cleaning’ (limpiar antes de morir, o morir limpios), -traducción no ortodoxa mía, aclaro. O sea ir saliendo de todos los chécheres que tenemos acumulados y sin uso y que vamos guardando a través de los años y que lo único que lograran es poner problemas y fatigas a los que nos sobreviven, generalmente ya adultos ellos mismos, con sus casas amobladas a su gusto y su propia acumulación de pendejadas.

Esas porcelanas Lladro de enanos o bailarinas que nos ‘tocaron’ cuando nuestros antecesores se fueron a la nueva dimensión; ese tapetico persa deshilachado y desteñido que no sirve más que para tropezarse y acabar con lo que nos queda de fémur; las pilas de revistas acumuladas que algún día consideramos importantísimas e imposibles de botar, vajillas ‘finísimas’ que jamás usamos; libros ya llenos de polilla que no volveremos a leer; bandejitas de plata o electroplata que nos regalaron hace más de cincuenta años; portavasos de diferentes contextura y figuras; cucharitas, salseras, cacerolas peladas, mantequilleras vacías en forma de ovejita o vaquita, carpeticas de croché ya con rotos... En fin.

Y ni hablar del clóset. Esos vestidos que ya huelen a naftalina, pero que todavía tenemos “por si acaso”; pijamas matapasiones de franela; camisetas que nos caben porque parecemos embutidas en un salchichón; zapatos que nos apretujan los dedos y nos hacen ver estrellas “pero que los compre hace varios años en un viaje”; ropa interior vergonzosa en caso de accidente que amerite ‘ser vista’; pulseritas, cosméticos vencidos.

Cajas llenas de papeles, postales, cartas, tarjetas de Navidad, lámparas sin pantalla, pantallas sin lámpara, trastos de cocina oxidados, pedazos de cama y armarios encerrados en el depósito, láminas que imitan cuadros famosos, vasos y copas de ‘cristal’, esos antiguos ‘tesoros’ que nuestros hijos miran horrorizados cuando llegan de visita y que jamás se llevarían con ellos.

Cada uno sabe lo que le sobra, otra cosa es desprenderse de esos objetos. Ni nombrar los álbumes de fotografías, pues son absolutamente indesprendibles. Con ellos sí tienen que cargar los supervivientes de la familia, porque para los que estamos en la ‘tercera adolescencia’ constituyen una segunda piel.

Personalmente trato de no acumular nada, a excepción de los álbumes y las fotografías porque me acompañan. Ya mis hijos escogieron los cuadros que les gustan. Los demás objetos que me rodean cada uno tiene su propia historia y ellos están en libertad de retenerlos o no. Me considero, como dice el poema, ‘ligera de equipaje’, pero sin embargo voy a hacer una revisión autocrítica de los chécheres que me sobran, que siempre hay.

Si pretendo morir dignamente, también trataré de hacer un ‘death cleaning’. Me parece una buena idea.

PD. Curioso que los medios de comunicación vallecaucanos hayan pasado por alto el Foro más importante, el primero en Colombia sobre reconciliación, donde estuvieron presentes víctimas y victimarios reunidos la semana pasada en la Javeriana. Ningún medio, incluido este, dijo ni mú. ¡Sobre eso escribiré en próxima ocasión!

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