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Cartagena en las nubes

Llegando de las Islas del Rosario, ya en la bahía, se perfila...

7 de agosto de 2012 Por: Aura Lucía Mera

Llegando de las Islas del Rosario, ya en la bahía, se perfila una serie de torres blancas armadas como si fueran de Lego, esos cubitos que se incrustan unos con otros y forman edificios, ciudades, carritos y monstruos de ciencia ficción. Esas torres se alzan altivas hacia un cielo azul, de agosto en el Caribe. Un mini Manhattan, vertical, blanco de ventanas azules, lamido por las olas de una bahía donde la sal se confunde con el aceite de transatlánticos, buques de carga, lanchas y las ‘acuamotos’. Burbujas de un café sospechosos flotan en la superficie.¿A qué hora esas casonas de Castillo Grande, Bocagrande y Getsemaní se volvieron peceras azuladas como lápices? ¿En qué momento Cartagena se volvió un conglomerado vertical, donde cada torre es igual a la otra? Son bonitas sin duda. Parecen hechas con cristal. Pero la densidad humana se apreta en una península diminuta en la que no queda un solo metro de tierra baldía. El Corralito es aparte. Sus cúpulas. Sus casonas coloniales a buena hora rescatadas por cachacos y famosos internacionales. Sus calles peatonales empedradas, enmarcadas por vitrinas de alto turmequé. Restaurantes, hoteles boutique y Spas. Todo esto esta muy bien. Nada en contra.Lo que sí es escandaloso son los precios. Salir a cualquier restaurante es someterse voluntariamente a un atraco inescrupuloso. Lo mismo dormir en cualquiera de los hoteles ya sea en Bocagrande o la ciudad vieja. Si se tiene suerte, la noche le sale por un poco menos de un millón. Así como suena. Un cuarto común, aire acondicionado y ‘abanico’, una pantalla de TV y un baño. Y zuapete: Un millón menos. Eso sin haberse tomado ni una cocacola, ni haberse sentado en una butaca en la Plaza Santo Domingo. Ni mucho menos, pedido agua embotellada. En un restaurante, se dieron el lujo de cobrar más de $50.000 por unas botellas de agua.No se hasta cuanto aguante el ritmo desenfrenado de precios. Hasta cuando la Cartagena snob seguirá inmersa en la burbuja de los millones. Los turistas del montón nos defendemos llegando a casas de parientes, o alquilando en ‘patota’ una casona antigua cuyos dueños no estén usando. Almorzando y comiendo en casita, el pescado fresco con arroz con coco y patacón. Los que no tienen este recurso, pues resignarse a quedar desplumados. O endeudados hasta que san juan agache el dedo.Es absurdo que esto suceda en una de las ciudades más desiguales de Colombia, donde la brecha entre ricos y pobres cada vez es más grande. Basta pasar por El Pozón, La Popa, los cambuches a la ribera de la Cienaga Grande. Mientras una minoría se da el lujo de cobrar precios abusivos y que no tienen nada que ver con la realidad, la gran mayoría sobrevive entre malos olores, basura y miseria. La Alcaldía debería regular precios en hotelería y restaurantes o inventar un impuesto para que parte de esas jugosas ganancias se destine a los más necesitados, que muchas veces están a algunos cientos de metros. Remember España, remember Grecia. Las burbujas estallan. Son mentiras burdas que solo abren mas la brecha.Aclaro que Cartagena está incrustada en mi corazón. La ciudad donde conoci el mar, donde recorría con mis primas y amigas costeñas Bocagrande en bicicleta, donde supe de atardeceres dorados y noches de luna que se refleja en las olas. Por eso me duele. La miseria ha disparado la prostitución infantil como en la Cuba de Batista y de Fidel. Y el Corralito y el Mini Manhattan no se dan cuenta. Viven otra realidad. La de los almacenes-boutique, los hoteles-boutique los restaurantes-boutique donde el dinero vuela de boca en boca y de cama en cama. Mientras la otra Cartagena es una bomba de tiempo. A ver si se sacuden, abren los ojos y despiertan a la realidad del país. ¿O será que los turistas, extranjeros y nacionales, van a permitir que les sigan metiendo el dedo en el ojo y en la billetera sin chistar?

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