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Autismo colectivo

Generalmente las generaciones anteriores -me refiero a abuelos, padres- tenían costumbres totalmente...

5 de julio de 2011 Por: Aura Lucía Mera

Generalmente las generaciones anteriores -me refiero a abuelos, padres- tenían costumbres totalmente diferentes con las nuevas: hijos y nietos. Ahora todo cambió. Hombres y mujeres de la cuarta edad, de la tercera, de la adultez, de la madurez, de la adolescencia, de la niñez y de la primera infancia están todos ligados por un cordón umbilical inalámbrico más poderoso e indestructible que los mismos genes que nos enlazan con el primer humanoide y el primer chimpancé.Lo que no lograron unir religiones, tradiciones, leyes, mandatos, razas, lo unió para siempre un aparatico celular. Sin excepción, cada ser que, por lo menos, yo me encuentro, está conectado. Habla solo. Muchas veces se cuelga una especie de cucarrón negro en la oreja que no se lo quita ni para dormir. Y si no está hablando solo, está bizco, mudo, mirando una pantallita o moviendo frenéticamente un miniteclado que lo mantiene en contacto con los demás seres, o con los acontecimientos. Los niños y adolescentes olvidaron que los parques son para jugar, los columpios para mecerse, las piscinas para nadar, los amigos para empujar. Se mantienen sentados, en las posiciones más inverosímiles, también bizcos y mudos, matando enemigos, destruyendo castillitos, o jugando piziligaña con la pantallita. Ninguno habla.Adolescentes de bermudas fundillones, pelo engominado y caras trágicas, despanzurrados en cualquier parte, absolutamente fijos en la pantallita, o hablando por medio del cucarrón incrustado en la oreja. Adultos hablando solos en sus automóviles, con el cucarrón pegado a la oreja. Cuando llegan a sus casas, se desconectan el cucarrón para conectarse en la pantallita y el miniteclado. Silencio absoluto. Nadie pelea, nadie conversa, nadie se da cuenta que la sopa se enfría, que el hijo tiene un moretón en el ojo, o que el menor se ha quedado encerrado en el clóset. Las empleadas, los conductores, los meseros, las secretarias, la policía cívica y no cívica, desaparecen de vez en cuando y caminan encorvados hablando solos y en susurros.Se perdieron definitivamente las carcajadas, los gritos, los chismes a voz en cuello, los cotorreos, las confidencias. El aparatico negro con la pantallita, el miniteclado, el cucarrón en la oreja lo lograron. Millones de seres en este planeta totalmente aislados unos de los otros. Autistas. La única comunicación posible es la inalámbrica. Más fuerte que cualquier droga. Más fuerte que la sexualidad. Más fuerte que todo. El tsunami electrónico se metió en el cuerpo y el alma de todos los terrícolas y, con el pretexto de mantenerlos comunicados y al día, logró aislarlos para siempre.Un poco patético, por decir lo menos, estar en una reunión sin estar. Escuchar murmullos aislados monosilábicos, pero no poder conversar. No mirarse a los ojos porque los ojos bizquean ante una pantallita. Igual en un tren, que en un avión, éste con pantallitas más grandes, individuales, para que no exista posibilidad alguna de intercambiar una sola idea.No sé a la larga, cuál va a ser el resultado de este autismo colectivo. A lo mejor cada uno se meterá en su propia cueva, como los ermitaños, para poder estar conectados sin que nada los perturbe y así poderse comunicar. Lo que si sé es que por ahora estamos rodeados de autistas, conectados, bizcos, y aburridores seres de todas las edades, que olvidaron conversar en grupo, compartir ideas, en definitiva, hablar. ¡Viva la tecnología que nos acerca cada vez más!

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