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Se huele que en este 20/20 las cosas tienden a retomar su origen, ya hay leve aroma de búsqueda de valores

30 de diciembre de 2019 Por: Vicky Perea García

Mañana iniciamos década. Recuerdo cuando llegó el temido 2000. “...Dentro de mil y mil años volveré”. El fin del mundo. Apocalipsis. Cientos de habitantes de este planeta de todos los orígenes y lugares construyeron búnkeres, acumularon víveres, algunos querían que los congelaran para después resucitar si había cómo. También los hubo quienes para no ver el final adelantaron su muerte lanzándose al mar o ahorcándose. Incluso varias familias partieron hacia el más allá con hijos incluidos.

Pánico colectivo. Los ojos se alzaban hacia el infinito para ver de primeros los carros de fuego conducidos por los siete jinetes del Apocalipsis. La verdad es que nadie llegó, sino un amanecer como tantos otros y la vida siguió, porque la vida sigue... hasta que terminemos de matar el Planeta.

Estamos eso sí enfermos. Porque estamos enfermando el Planeta, y como canta La Desiderata, “Somos parte del universo, como los árboles y las estrellas, y los peces y los insectos, y las nubes y el aire y el mar. Un animal más de las infinitas especies que nos rodean, y en un acto de locura nos autodenominamos ‘reyes de la Creación’ y así comenzó la lenta, continua a imparable destrucción. No son los Siete Jinetes. Somos la humanidad los que matamos, contaminamos, incendiamos tierras, talamos árboles, intoxicamos el aire, llenamos de tóxicos alimenticios las barrigas propias y ajenas, envenenamos ríos, asesinamos con plástico las especies marinas, les arrancamos los cuernos a los rinocerontes y los colmillos a los elefantes.

Los valores morales. La llamada Ley Natural nos la pasamos por la faja, porque caímos arrodillados ante el becerro de oro y ese es el único dios que reconocemos. El que acumula riquezas merece vivir, y el pobre que se las arregle como pueda y no estorbe. Un capitalismo salvaje se incrustó en la que antes se llamaba alma o corazón y así la fuimos perdiendo. La brújula de la conciencia ya no existe. La asfixiamos a punta de ropajes. Somos importantes si tenemos la cartera o los zapatos más finos. Si la cuenta bancaria crece mientras disminuyen el amor y la compasión. La venta de armas, lo nuclear, los misiles son más importantes que la compasión y la amistad. La honestidad no la nombro porque desapareció del diccionario. Ahora solo existe la palabra Poder.
Poder político, económico, social, empresarial. No importan el medio ni la manera, importa el fin, adquirir poder, llenarnos de cosas inútiles. El Apocalipsis somos nosotros. Y nos importa un carajo.

Sin embargo, se huele que en este 20/20 las cosas tienden a retomar su origen, ya hay leve aroma de búsqueda de valores, se asoma tímidamente una rebelión de jóvenes hastiados del consumismo y buscando el cordón umbilical de la humanidad para repararlo, para reconstruirlo.

No pierdo la esperanza, antes de partir, de ser testigo de ese cambio espiritual que tanto necesitamos, de ver armonía entre el humano y el cosmos, de ver más compasión y equidad. Le pido a mi Poder Superior que me permita vislumbrarlo, para mirar tranquila cómo mis nietos y sus descendencias podrán vivir mejor, más amigos de la Ley Natural y del amor. ¡Feliz década, de todos depende!

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PD.
Una vez más, gracias Maurice Armitage y gracias Dilian Francisca Toro. Nos dejaron una ciudad y un departamento desarrollados, con todas las oportunidades de seguir creciendo ¡Dios los bendiga!

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