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Volvamos los ojos a Dios

Con la fuerza del Padre Dios, Jesús restaura la humanidad herida. Con esta consideración, la Iglesia debe ser para los creyentes y para el mundo la prolongación en el tiempo de esta presencia cercana al ser humano sufriente.

9 de septiembre de 2018 Por: Arquidiócesis de Cali

Por: monseñor Juan Carlos Cárdenas Toro, obispo auxiliar de Cali

Con la fuerza del Padre Dios, Jesús restaura la humanidad herida.
Con esta consideración, la Iglesia debe ser para los creyentes y para el mundo la prolongación en el tiempo de esta presencia cercana al ser humano sufriente. Es justamente el llamado que constantemente hace el papa Francisco de tocar en los pobres, en los enfermos, en los rechazados por el mundo, la carne sufriente de Cristo, el Señor.

Esta llamada sigue siendo hoy un imperativo moral que nos urge: hay tantos que padecen el mal de no poder ser reconocidos en su humanidad y en sus grandes dificultades. A muchos se les niega la voz para denunciar la falta de acceso a sus derechos fundamentales: a la vida, la salud, a practicar su fe, etc. A otros se les niega el derecho de caminar, construyendo con sus pasos, los sueños que albergan en el corazón, sus proyectos de vida.

Para todas estas realidades, los discípulos de Jesús debemos ser instrumentos, canales que les ayudan a levantar su voz, no con soluciones mágicas sino con el aporte invaluable de la fe y confianza en un Dios que da las herramientas para transformarnos desde lo más profundo de nuestro ser.

Y muy particularmente, en estos tiempos en que el drama del mal moral incluso corroe el espíritu de algunos servidores de Jesús, conviene recordar la exhortación del Papa Francisco, en su inolvidable visita del año pasado: “Hospédense en la humildad de su gente para darse cuenta de sus secretos recursos humanos y de fe, escuchen cuánto su despojada humanidad brama por la dignidad que solamente el Resucitado puede conferir. No tengan miedo de migrar de sus aparentes certezas en búsqueda de la verdadera gloria de Dios, que es el hombre viviente” (Discurso a los Obispos de Colombia, Bogotá, septiembre 7 de 2017).

La salida a los males que oprimen al ser humano está en Dios, volver a Él, dejar que nos levante de las postraciones (especialmente las morales). Delante del sordo y tartamudo del evangelio, Jesús levantó los ojos al cielo. La respuesta al mal que afectaba a esta persona, el Señor la buscó en su Padre y allí también la encontraremos todos, los de dentro y los de fuera, los de cerca y los de lejos.

Levantemos, pues, con Jesús, nuestros ojos al cielo y pidamos al Padre la gracia de ser restablecidos de nuestras postraciones, pero también de poner nuestra experiencia de salvación, al servicio de otros, llevándolos con una vida purificada, coherente, humilde, la cercanía de este paso liberador de Dios.

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