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Vayan e inviten al banquete

Salir, movernos, escuchar al otro, dialogar con el otro: la familia, los vecinos, los compañeros de trabajo, haciéndoles sentir con nuestra vida, con nuestras palabras y actitudes, que Dios está vivo, nos ama y que con su presencia quiere unirnos para que construyamos un mundo más justo, más amable.

15 de octubre de 2017 Por: Arquidiócesis de Cali

La palabra de Dios de este domingo, toca un tema que es de mucha actualidad: “La Iglesia es para todos, no solo para recibir sino para salir a llevar el evangelio” (papa Francisco). En una linda comparación el Evangelio nos presenta el mensaje del Señor por medio de una parábola: un rey que organiza una gran fiesta que los invitados no quisieron disfrutar, despreciando así su amor, por lo cual el rey los dejó a un lado y abrió las puertas de la fiesta a todos los que quisieran.

Esta es una de las reflexiones más frecuentes del papa Francisco, la invitación a pasar de una Iglesia encerrada en sí mima a vivir en una Iglesia de puertas abiertas, una Iglesia que nos manda a buscar a los más alejados, a todos. Es el Rey que al ver que algunos escogidos habían despreciado su invitación, les dice a los criados: “Vayan a la afueras e inviten a todos los que encuentren en el camino”. Tenemos que cambiar de mentalidad, movernos, no nos podemos quedar quietos, tranquilos, indiferentes. El Papa tiene una frase muy valiosa para motivarnos en este ir a buscar a los más alejados: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades”.

(Para claridad de algunos lectores, Iglesia encerrada en sí misma es la Iglesia del que dice: yo no robo, no mato, no le hago mal a nadie, voy a misa los domingos, luego “soy bueno”, aunque tampoco hago el bien a los hermanos. Tengo suficiente comodidad para vivir y por eso disfrutamos la vida en familia y con los amigos; pero no pago justamente a los que trabajan conmigo, negándose a sentir la alegría de ser justo, de darle la mano al otro).

Salir, movernos, escuchar al otro, dialogar con el otro: la familia, los vecinos, los compañeros de trabajo, haciéndoles sentir con nuestra vida, con nuestras palabras y actitudes, que Dios está vivo, nos ama y que con su presencia quiere unirnos para que construyamos un mundo más justo, más amable.

Un ejemplo lo podemos encontrar en la reciente visita del papa Francisco. ¡Nos sentimos todos tan unidos! inclusive, ¡cuántos no católicos se solidarizaron también! Fue algo maravilloso. Pero esta es una acción que quedaría incompleta si nos quedamos simplemente “en esa persona” ciertamente carismática, y no escuchamos la palabra de Dios que se manifestaba a través de la suya. Si nuestro corazón siguió igual, lleno de odios, de rencores, si se encerró en sí mismo y no se abrió a los demás en el amor, seguimos prácticamente en las mismas.

Para el Señor, todos, sin excluir a nadie, estamos invitados al gran banquete, a la gran fiesta de la vida; llenémonos de amor, de diálogo, de comprensión, comenzando por nuestra familia, y siguiendo por todos los que nos rodean. Es una tarea difícil pues “nunca, como ahora ha sido tan difícil ser auténtico (cristiano), por la presión social que nos obliga a ser como los demás”.

Aceptemos a Dios en la vida y llevémoslo a los demás. A la hora de la muerte nos arrepentiremos del mal que hicimos o del bien que dejamos de hacer, pero nunca, nunca nos arrepentiremos de haber hecho el bien y de haber luchado por un mundo más humano.

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