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Un tesoro que debemos compartir

«Con el Reino de los cielos sucede como con un tesoro escondido bajo tierra, que un hombre encontró, lo volvió a esconder y de la alegría fue y vendió todo lo que tenía para comprar aquel terreno» (Mateo 13, 44).

30 de julio de 2017 Por: Arquidiócesis de Cali

«Con el Reino de los cielos sucede como con un tesoro escondido bajo tierra, que un hombre encontró, lo volvió a esconder y de la alegría fue y vendió todo lo que tenía para comprar aquel terreno» (Mateo 13, 44).

El evangelio de este XVII domingo del tiempo ordinario, resalta la valía del Reino que Jesús hace presente en el mundo.

El ser humano es por naturaleza religioso, en búsqueda de respuestas a sus preguntas más profundas. Desde que puede relatar (en pinturas rupestres, primitivos escritos, hasta las más modernas bibliotecas), hombres y mujeres plasmaron los diferentes caminos como se han planteado interrogantes ante acontecimientos que lo interpelan.

Preguntas como, ¿qué es el hombre?, ¿cuál es el sentido de la existencia?, ¿termina todo con la muerte?, ¿existe algo más allá?, ¿cuál es la causa última de todas las cosas?, estimulan la razón y el espíritu humanos.

Cuantas son las preguntas han sido las respuestas, optimistas, pesimistas e incluso escépticas. Que somos resultado de la casualidad, que todo comenzó con el Big Bang, que astros, montañas, valles, ríos y fuego, son como divinidades que originan todo. Que la muerte es un viaje, o que allí termina todo y no hay nada más.

Para los cristianos, que también somos seres en búsqueda, Cristo es el portador de las respuestas a esos interrogantes, centrando nuestra existencia de modo tal que adquiere un nuevo sentido. Para el creyente en Cristo, Él es la clave de interpretación y de lectura de la realidad y de la propia vida.

El Concilio Vaticano II, en la constitución sobre Gaudium et spes (Gozo y esperanza), sobre la Iglesia en el mundo actual, nos dice que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” y que “la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro” (Cf. nn. 3, 4, 10 y 22).

Jesús es el tesoro que no podemos mantener escondido en estos tiempos cambiantes, sino que como sus discípulos, por la línea del sano diálogo, de la serena argumentación y la clara convicción, debemos ofrecer como aporte para llenar de sentido la vida de las personas que se ahogan sin calmar su inquietud interior. Jesús es un tesoro que debemos compartir y llevar (desde los valores y principios que recibimos de sus enseñanzas) a la vida ordinaria: trabajo, estudio, vida ciudadana.

Falazmente se quiere hacer creer que el nuestro es un Estado laico, lo que implica que es ateo, y esto no es cierto. Colombia es una nación aconfesional, pero que acepta la tolerancia y el respecto por la expresión y vida religiosa de sus ciudadanos. En ese marco quienes profesamos la fe en Cristo somos aun la inmensa mayoría. El país no puede cerrar los ojos y pretender construir un proyecto nacional excluyendo las raíces más profundas entre las cuales está la fe cristiana. No hay que temer hacer presente las enseñanzas de Jesús en la vida cotidiana, ya que la fe no puede disociarse de la vida en todas sus dimensiones. No es proselitismo religioso, es coherencia.

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