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“Regalo y esperanza”

El máximo regalo de Dios es el envío de su Hijo para salvar a la humanidad: se cumplen así las promesas y los anhelos de su pueblo que por boca de los profetas anunciaban la aparición del Mesías.

2 de diciembre de 2018 Por: Arquidiócesis de Cali

El máximo regalo de Dios es el envío de su Hijo para salvar a la humanidad: se cumplen así las promesas y los anhelos de su pueblo que por boca de los profetas anunciaban la aparición del Mesías. Así iniciamos el adviento con el corazón dispuesto para recibir al “deseado de las gentes” a quien es “luz que alumbrará todas las oscuridades y voz gozosa que llamará a la conversión del verdadero Liberador”.

El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz, dice el autor sagrado, acierto profético que nunca deja de tener actualidad porque pertenece a la promesa del Padre para enviar a su propio Hijo que es: voz que clama en el desierto y anhelo que brota del alma y de la historia de la humanidad entera, es decir, ¡promesa definitiva y cumplida!

La historia de la humanidad con carácter salvífico apunta hacia la plenitud y la iluminación plena; es la única forma de vencer las tinieblas que nos envuelve, la duda que nos asedia, la incertidumbre que descompensa nuestra vida, la desilusión y el desencanto que en no pocos momentos y ocasiones concluyen en la decepción fatal.

Por el contrario, la presencia de Dios hecho hombre es la sublimación de la humanidad, es el máximo momento histórico de nuestra religión y es el principio de la verdadera felicidad: las tecnologías que pretenden hacernos más fácil la existencia ¿cuántas veces nos causan más dolor y producen más angustias?

¿El mundo moderno nos ha regalado la única y verdadera felicidad existente? ¿Nos ha iluminado con la luz que todo lo clarifica y nos ha regalado la paz y el sosiego que efímeramente nos propone? Por el contrario ha permitido y favorecido que Dios no nazca en el corazón y en la vida de muchos, que Él sea el verdadero camino y la vida definitiva; adviento es clamor profundo que nace del alma de todo creyente para decirle una vez más, desde lo más íntimo de nuestras vida a ese pequeño infante, Jesús de Nazaret: ven y no tardes más.

Así como cambia el entorno físico y disponemos ordinariamente nuestras casas, nuestras iglesias, nuestras oficinas con una especial disposición de alegría: adornos, luces regalos, ¿no será también el momento de que dispongamos interiormente nuestro corazón y que allí celebremos el nacimiento gozoso de este Dios en nuestras vidas?

Preparémonos para sentir la emoción de poder cantar como los misteriosos ángeles: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra que ama al Señor”.

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