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¡Mujer, qué grande es tu fe!

En cierta ocasión una mujer cananea sale a encontrarse con Jesús y le grita: “¡Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David! Tengo una hija atormentada por el demonio”. Es una cananea que sabía que para los judíos, había una jerarquía de valores entre las personas, y dentro de ese orden ellos eran los primeros entre los seres humanos, los demás pueblos eran inferiores. Ella acepta esa realidad como también, dentro de esos criterios, su inferioridad por ser mujer.

20 de agosto de 2017 Por: Arquidiócesis de Cali

En cierta ocasión una mujer cananea sale a encontrarse con Jesús y le grita: “¡Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David! Tengo una hija atormentada por el demonio”. Es una cananea que sabía que para los judíos, había una jerarquía de valores entre las personas, y dentro de ese orden ellos eran los primeros entre los seres humanos, los demás pueblos eran inferiores. Ella acepta esa realidad como también, dentro de esos criterios, su inferioridad por ser mujer.

Es el mismo criterio que tenemos los seres humanos cuando nos dividimos en dos grupos: los buenos y los malos, los que llevados por el egoísmo se sienten una casta superior, con un corazón de piedra, con capacidad para despreciar, odiar, y los que como la cananea, reconocen que Dios es grande y poderoso, pero sobre todo es un Dios amor, que nos ama y a todos por igual, porque somos sus hijos y nos manda que nos amemos como hermanos, sin distingos de ninguna clase.

En el caso de la cananea del evangelio, Cristo mismo aparenta estar de acuerdo con esa mentalidad judía y la trata con términos despectivos para ver su reacción; por eso le dice: “No está bien quitar el pan a los hijos (judíos) y dárselo a los perros (los no judíos)”. A lo que la mujer le respondió: “Así es, Señor, pero los perros también comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”.

Qué impresionante la fe de esta mujer; ella no era judía, ni seguidora de Jesús, sin embargo manifiesta públicamente su fe en el Señor; no le importó ni el ambiente poco favorable del pueblo, ni la indisposición de los mismos discípulos que le pedían a Jesús que la despachara, pues era vergonzoso para ellos, una mujer, detrás, gritando su desgracia, confiada en el Señor, convencida de que Él podía, si quería, dar respuesta a su problema. Siglos después los Obispos en Aparecida dirán, (N. 243), que uno comienza a ser cristiano cuando se encuentra con un acontecimiento o con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Fue lo que le sucedió a esta mujer, había encontrado al Señor y Él le había dado un nuevo sentido a su vida y por eso le responde: “Así es, Señor, pero los perros también comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”, por eso el Señor le respondió: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”.

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