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Mirar o cerrar los ojos

Ya desde el profeta Isaías, refiriéndose a la restauración del pueblo en el exilio, se afirmaba con gran esperanza: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán” (35,5).

28 de octubre de 2018 Por: Arquidiócesis de Cali

Ya desde el profeta Isaías, refiriéndose a la restauración del pueblo en el exilio, se afirmaba con gran esperanza: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán” (35,5).

Eso es lo que se cumple y se hace palpable con Jesús de Nazaret, él no reparte lugares en el cielo, sino que devuelve la vista a los que no ven y encima constata que quien se acerque a él confiadamente posee ya en sí mismo el don de la curación: “Anda, tu fe te ha curado”.

En el lenguaje bíblico, la fe es siempre una participación en la estabilidad de Dios, pues creer, en hebreo, significa apoyarse, estar seguro en Dios, firme en él. La fe no es algo subjetivo, no es un consuelito ante la dureza de la vida. No, la fe es confiar en la objetiva firmeza ordenadora de Dios; por eso la fe es sanadora, restaura el orden perdido, devuelve la confianza en sí mismo, pero apartándolo a uno de sí mismo, es decir, fijando la mirada en el creador del orden, en la fuente de todo bien; es como cada persona se redescubre, abre los ojos ante la realidad divina, ante la realidad del mundo, ante la realidad que carga cada uno.

El problema es que hoy, viviendo sin apoyos serios en una sociedad de ‘falsas noticias’, sin guías en un mundo lleno de engañadores y oportunistas, las personas, todas, vivimos ansiosas y perplejas, confundimos el erotismo con el amor, la novedad con la novelería, el sentido crítico con la agresividad, la personalidad con el figurar y aparecer, la religión con la superstición, la hombría con el machismo, la feminidad con el hembrismo, la igualdad sexual con la androginia, la liberación con la violencia, la libertad con la permisividad.

Al haber perdido el sentido de profundidad, la noción de trascendencia, la búsqueda continua de nuestro existir, entonces vivimos de lo inmediato, de lo provisional, de relaciones superficiales, experimentando hasta el fondo la insoportable levedad del ser de la que hablaba el tal M. Kundera.

Porque somos hijos de este Siglo XXI y no de la época de las cruzadas, o de la Reforma Luterana o de la invasión de América, los creyentes de hoy, 2018, los que se dejan iluminar por Cristo, luz del mundo, tenemos como alternativa construir o destruir, impulsar o sepultar, cristianizar o paganizar, ver o cerrar los ojos ante los desafíos de este mundo en que vivimos.

El ciego de Jericó, el ciego Bartimeo gritaba: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”, y luego, recobrada la vista, lo siguió por el camino. Seguir la luz es trasmitir la luz, qué gran reto significa abrir los ojos

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