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La dictadura del dinero

Los gobiernos de la Cortina de Hierro cayeron con las revueltas populares....

27 de febrero de 2011 Por: Arquidiócesis de Cali

Los gobiernos de la Cortina de Hierro cayeron con las revueltas populares. Los regímenes árabes, omnipotentes y vitalicios, están viviendo lo mismo. Las democracias occidentales, incubamos la dictadura del lucro salvaje y de la voracidad empresarial y bancaria, convirtiendo al dinero en la medida de todas las cosas. El afán de lucro se convirtió en olvido y desmedro de la vida, del amor, del trabajo honrado, del equilibrio ecológico... olvido de Dios. Engordar el aparato represivo y el trabajo sucio de la nefasta limpieza social, manejar la macroeconomía y mandar migajas a las microsociedades de la miseria, pareciera ser el concepto estatal de prosperidad. Dentro de él surge ‘el punto G’ de la degradación: guerrear, ganar, gastar, gustar... no importan los medios. Los resultados: criminalización de la sociedad; corrupción; mercado de narcóticos, de armas y trata de personas; violencia y agresividad.Urge una revisión a fondo de nuestra cultura y prácticas económicas, y de los sistemas claves para garantizar la sostenibilidad de un país: el sistema social, fundamentado en la participación y autogestión de las unidades poblacionales y los sistemas estatales de justicia penal, educación y administración pública que hagan posible la convivencia civilizada y pacífica. La paz se hará cuando la gente quiera hacerla, de la mano del Estado, en corresponsabilidad social y empresarial que desinflen la violencia e integren en los núcleos de familia, educación y sociedad del trabajo productivo a quienes hoy andan haciendo de las suyas. El Evangelio hoy nos alienta a reubicar la vida en lo esencial de Dios, de la armonía con la naturaleza que Él crea y sostiene, en pacífica administración comunitaria de los bienes que Él nos ha confiado. Podemos olvidarnos de Dios y hasta una madre puede olvidarse de su hijo. Pero Él jamás se olvidará de nosotros. “Descansa en Dios alma mía. Confien en Dios: desahoguen ante Él su corazón”, proclama el salmista.

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