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Juan 6, 41-51

Muchas veces las personas necesitamos pruebas de amor. El domingo anterior Jesús...

9 de agosto de 2015 Por: Arquidiócesis de Cali

Muchas veces las personas necesitamos pruebas de amor. El domingo anterior Jesús decía que Él es la prueba (el signo) de que Dios nos ama. San Juan continúa desarrollando esta temática cuando la gente comenta:“¿Este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros sabemos quiénes son su padre y su madre, ¿cómo dice ahora que bajó del cielo?”. Cuánto nos cuesta ir más allá de las apariencias, superar nuestros prejuicios, ver con el corazón y no solo con los ojos. ¿Hemos podido reconocer en las personas, en las circunstancias, en los acontecimientos que nos rodean, la presencia amorosa de Dios a nuestro lado?Sigue diciendo Jesús: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió y yo lo resucitaré en el último día”. La pregunta que nos podemos hacer es: ¿y cómo nos atrae el Padre celestial? Jesús dice: “Está escrito en los profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí”. Querido lector: qué bueno que la atracción de las cosas de Dios lo acerquen más al manjar bajado del cielo, Jesucristo. Cuando se tiene hambre, el alimento atrae y hay necesidad de él, desde lo más profundo del ser. Jesús dice: “Yo soy el pan que da la vida… El pan que baja del cielo es el que no deja morir al que lo come. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”.Todos tenemos ansias de eternidad, de felicidad, de plenitud, de realización total. En medio de lo transitorio de la vida, Dios nos va atrayendo y haciendo que sintamos necesidad de Él. Buscar a Jesucristo como el regalo de amor que el Padre nos ha dado y comerlo a Él, hacerlo parte de nosotros mismos, calmará esa hambre espiritual. Así, cuando llegue la muerte a arrebatarnos a los seres queridos, las cosas que cuidamos y de las que nos servimos y hasta nuestro propio cuerpo, y quedemos sumergidos en el vacío de no podernos agarrar de nada, de nadie ni de nuestros mismos, podremos decir cada uno: Señor, me quedas tú.

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