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¡Hay que dialogar siempre!

¿Qué tuvieron que hacer? ¡Deshacer lo andado! Ansiosos y fastidiados entre sí, fatigados del esfuerzo, logran encontrarlo. Y allí funcionó el milagro del diálogo entre padres e hijos.

26 de diciembre de 2021 Por: Arquidiócesis de Cali

Escrito por: monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía

Conversar con los hijos y construir acuerdos con ellos y entre los papás, para distribuirse responsabilidades de cuidado y de compañía con ellos, es indispensable en cada familia. Si no se hace, pasan cosas como las que nos cuenta Lucas en el Evangelio de hoy:

Se ‘perdió’ el muchacho adolescente Jesús, pues se quedó en la ciudad, y sus papás se regresaron sin él, suponiendo José que, por ser niño aún, podía ir en las caravanas de las mujeres. Y María suponía que iba en la de los hombres.

¿Qué tuvieron que hacer? ¡Deshacer lo andado! Ansiosos y fastidiados entre sí, fatigados del esfuerzo, logran encontrarlo. Y allí funcionó el milagro del diálogo entre padres e hijos.

Un reclamo, hecho a modo de pregunta por María; una respuesta, también a modo de contra pregunta, por el muchacho Jesús; y un silencio asustadizo de José, que parecía tener que ver “con las cosas de mi Padre”, de las que se ocupaba Jesús: toda una pedagogía del diálogo en familia, de escuchar y abrirse a realidades nuevas, de vivir la escucha mutua como ejercicio de amor, incluyendo los afanes y el silencio.

Con prontitud, respeto y humildad por las equivocaciones e incomprensiones y sus efectos, acuerdan regresarse juntos, volver a Nazaret y generar una nueva obediencia, propiciando el crecimiento y madurez integral de Jesús, y la buena marcha de sus relaciones familiares.

Tejer la vida con la palabra, expresar el amor con un verdadero diálogo, consolidar la vida familiar como cooperación y entendimiento de los diversos roles, es todo un desafío en culturas afectadas por el egocentrismo, por ojos, oídos y mentes ‘enredados’, por concentración en seres y cosas distintas a las personas.

La segunda lectura de este domingo, de Pablo a los Colosenses (3, 12-17), es una preciosa página sobre una cultura de la palabra y del diálogo, sobre la familia como célula inicial de relaciones diversas (esponsalidad, paternidad, filiación, fraternidad), como escuela de virtudes teologales y morales, como templo de espiritualidad y espacio de salvación para todos sus miembros.

Después de las graves rupturas culturales entre hombre y mujer, entre sexo y amor, entre amor y procreación, entre vida y legalidad provida, entre familia y territorio, entre personas e igualdad de oportunidades, es imperativo encontrar un modelo de restauración de la familia. Sin ella, el futuro será invierno demográfico, caos migratorio y economías ilícitas, porque la familia es el piso afectivo y ético de la de seguridad humana, de arraigo y desarrollo para toda persona.

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