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Empalme: concluir y comenzar

Que El Bautista nos haga críticos de nosotros mismos, poniendo el obrar de Dios y el avance de la historia como guía de nuestras actuaciones, por encima de nuestro protagonismo personal.

24 de junio de 2018 Por: Arquidiócesis de Cali

Por: monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía, arzobispo de Cali

No me refiero a los presidentes de Colombia, saliente y electo, que conjugan estos dos verbos: uno concluye y otro comienza. Me refiero al único santo al que, en paralelo con Jesús, la liturgia le celebra el nacimiento y conmemora también su martirio: Juan Bautista. Con él se cierra el Antiguo Testamento y se abre el Nuevo.

Y él es “la voz que anuncia La Palabra”, el bebé que exulta de gozo en el seno estéril de Isabel ante María, quien lleva en su seno virginal a Jesús. Es él, Juan, el que señala al Cordero de Dios y lo bautiza en las aguas del Jordán, con bautismo de penitencia. En él se anticipa la pasión de Cristo, siendo encarcelado y hecho decapitar por orden de Herodes. Es el “amigo del Novio”, que lo antecede y prepara el encuentro nupcial, lo asiste y anuncia su llegada: “A media noche se oyó una voz: llega el esposo, salgan a recibirlo” (Mateo 25,6).

Se trata, por tanto, de un hombre gigantesco, “el más grande entre los nacidos de mujer”, como lo llama Jesús. Pero la grandeza de este hombre está en su capacidad de hacerse pequeño, de disminuir para que otro crezca, de desaparecer, para que aparezca Dios, su gloria, su poder, su obra. Es una persona que sirve únicamente a Dios, a su verdad, provocando el cambio de vida en quienes acuden a él. Pero es también el profeta de la justicia social, el defensor de los valores del matrimonio y de la familia, el que exige honestidad a quien gobierna corruptamente.

Juan, el Bautista, es el tipo de persona que nos propone el Evangelio y la palabra de este domingo: un hombre poseído completamente por Dios, unido íntimamente a Jesús y a María, la prima de su madre Isabel; radicalmente desprendido de sí mismo, de su ego, de comodidades y cosas, de placeres y grandezas humanas, de condescendencias y nexos con el poder.

Para él lo importante no es hacer lo suyo, sino identificar el obrar de Dios que demarca la historia de la salvación, que concluye una alianza en la que Israel fracasó y solamente quedó un “pequeño resto de fieles”, y comienza, desde ellos, desde “los pobres de Yahveh”, una Nueva Alianza: la del Dios hecho hombre para dar a cada persona una adopción filial, para “atraer a todos” hacia Jesús crucificado y resucitado.

Que El Bautista nos haga críticos de nosotros mismos, poniendo el obrar de Dios y el avance de la historia como guía de nuestras actuaciones, por encima de nuestro protagonismo personal.

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