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Crece el reinado de Dios

Aunque Jesús se interesó profundamente por cada persona, estando él totalmente centrado en Dios, su causa radical fue la causa de Dios: el anuncio de la soberanía divina.

17 de junio de 2018 Por: Arquidiócesis de Cali

Aunque Jesús se interesó profundamente por cada persona, estando él totalmente centrado en Dios, su causa radical fue la causa de Dios: el anuncio de la soberanía divina. Pero Jesús no anunció el dominio político-religioso de Dios, impuesto por la violencia, como querían los zelotes (un grupo de rebeldes y violentos de aquella época), sino el reinado de Dios establecido pacíficamente, por el amor que entrega la vida hasta el final.

Tampoco anunció Jesús el castigo de Dios para los pecadores y la gloria para los perfectos, como querían los esenios y los monjes de Qumram, sino la Buena Noticia de la bondad de Dios para los perdidos y los miserables. Jesús no proclamó el establecimiento del Reino por la observancia de la Ley, como querían los fariseos (los que se creían en aquella época cumplidores y piadosos de la religión), sino el advenimiento del Reino establecido por la libre acción de Dios.

En la oración del Padrenuestro anunció la santidad de Dios, el cumplimiento de su voluntad, la plenitud humana por el perdón del pecado y la liberación del mal. Con las bienaventuranzas ofreció la dignificación de los pobres, los hambrientos, los afligidos y los pisoteados, limitaciones que culminan con la liberación del dolor, del sufrimiento y de la muerte. En las parábolas (lenguaje sencillo y campechano), simbolizó la presencia del Reino como semilla, cosecha, banquete, fiesta real. Anunciando el Reino de Dios Jesús enseñó que el mundo y la historia tienen un final que no es un fracaso ni la nada total, sino un ascender continuo hacia Dios, al encuentro amoroso con el Padre. Y señaló además que hombres y mujeres nuevos, junto con una tierra nueva, no son el fruto de la evolución o de la revolución social, sino producto de la acción de Dios en la que todos colaboramos. El hombre y la mujer siembran la tierra, sigue luego un proceso ‘que no se ve’. Al final, sin quemar etapas, sin carreras, sin afanes, una explosión abundante, una cosecha inesperada, algo asombroso y grande, el contraste entre lo pequeño y lo inmenso.

Sí, el Reino de Dios es algo fascinante, una realidad que hace posible lo que para nosotros es imposible. Los que escuchaban a Jesús en aquella época pensaban en la belleza de un gran árbol que produce una sombra admirable, que brinda espacio y protección del sol y sirve de casa para las aves del cielo. Los creyentes, los que escuchan hoy la Palabra de Dios, los hombres y mujeres amados por Dios hemos sembrado ya la tierra, a la espera que suceda lo inesperado, lo grande, lo bello, la soberanía de Dios, el Reino de Dios, “reino eterno y universal, reino de la verdad y la vida, reino de la santidad y la gracia, reino de la justicia, el amor y la paz” (Prefacio de la fiesta de Cristo, rey del universo).

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