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Asesinos y cómplices

La vida humana es sagrada porque viene de Dios y porque en él debe terminar al final de la existencia.

4 de octubre de 2020 Por: Arquidiócesis de Cali

La vida humana es sagrada porque viene de Dios y porque en él debe terminar al final de la existencia. Aunque este parece ser un principio meramente teológico, la realidad colombiana (y por qué no mundial) nos está sugiriendo que existen personas o colectivos que se creen dueños de la vida y que pueden destruirla en el momento en que esa vida choque con sus mezquinos intereses.

Asesinos son todos aquellos que destruyen la vida humana en cualquiera de sus etapas. Es tan grave este acto que para la Iglesia se convierte en “pecado mortal" no solo por el objeto hacia el cual se dirige, sino también por el sujeto que lo comete. En este sentido no solo muere la víctima, sino que también el victimario está expresando que dentro de su corazón lleva la muerte profunda de su ser y que por eso comete este tipo de atrocidades. En este sentido, hay muertos que están matando en nuestras ciudades y en nuestros campos.

Quien asesina a una persona está asesinando a un Cristo vivo, pero también quien debiendo proteger al indefenso no lo hace, se convierte en cómplice de asesinato.

Es malo matar. Esto lo tenemos que volver a enseñar en la escuela y debe ser aprendido en todos los hogares y, así como se valora y se cuida la vida de los árboles y de los animales, con mayor razón tenemos que proteger la vida de nuestros hermanos colombianos. Todos tenemos responsabilidad en la triste y difícil situación que estamos afrontando y también, desde Jesús, todos tenemos que aportar nuevas luces que nos lleven a salir de estas oscuridades.

Mientras más grande sea la autoridad, más grave la responsabilidad. El día que entendamos que todos somos responsables de todos, ese día nos vamos a proteger. No serán las armas, ni los soldados o policías quienes nos van a cuidar. Somos nosotros mismos como comunidad, unidos y buscando los mismos intereses quienes tenemos la inmensa oportunidad de dar un giro a la situación de “masacres” y violaciones de derechos humanos que está viviendo nuestro país.

Ostentar un cargo de autoridad implica tener un grado de responsabilidad en la difícil situación colombiana. Pero entre más alto sea el grado de autoridad, hay mayor grado de responsabilidad. No podremos actuar con indiferencia, pasividad o temor pues está de por medio la justicia y la vida de los desprotegidos. Basta ya de echar culpas a los otros, es tiempo de que cada quien asuma con dignidad y valentía su papel, pues está de por medio no sólo la seguridad personal, sino el riesgo de perder la propia vida.

Tenemos que proteger a los indefensos. Ese es el papel propio del Estado. A los que tienen dinero o vigilancias privadas no les interesa la suerte de los indefensos. Pero cuando el Estado no cumple con su papel, para eso es la comunidad, para arroparlos, cuidarlos y protegerlos.
Si tenemos la disculpa de no ser asesinos, no podemos tener la vergüenza de ser cómplices. De ayudar a los asesinos, de “mirar hacia otro lado” mientras pasan las camionetas de vidrios polarizados llenos de arsenales en busca de otro “objetivo”.

Pecamos por acción o por omisión, y es tan grave lo uno como lo otro. Basta ya de indiferencias, basta ya de mirar el error de los demás, basta ya de palabras y comunicados, basta ya de asesinatos. Colombia es una sola: como comunidad yo la condeno o yo la salvo.

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