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Un día de inocentes

Uno de los personajes españoles del Siglo XVII más sobresaliente se llamó Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, poeta barroco, autor de ensayos y jefe del correo de muchas partes de esa vieja España.

29 de diciembre de 2020 Por: Armando Barona Mesa

Uno de los personajes españoles del Siglo XVII más sobresaliente se llamó Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, poeta barroco, autor de ensayos y jefe del correo de muchas partes de esa vieja España por allá en el 1578 con el advenimiento de Felipe III, muerto su padre don Felipe II. Tassis y Peralta fue el segundo conde de Villamediana.

Este caballero de gran raigambre, en esos tiempos de nobleza y sangre azul, fue un personaje de leyenda. Era apuesto vestía con elegantes trajes, rico que agotaba en juego su fortuna y en mujeres y en duelos.
Impetuoso, inteligente como nadie y agudo observador de lo que pasaba en todo el ambiente de España y Portugal donde tenía raíces heráldicas.

Poeta de vuelo, a su muerte trágica sucedida por un crimen, el bardo coetáneo Antonio Hurtado de Mendoza escribió una síntesis de su vida:
“Ya sabéis que era Don Juan / dado al juego y los placeres; / amábanle las mujeres / por discreto y por galán. / Valiente como Roldán / y más mordaz que valiente…/ más pulido que Medoro / y en el vestir sin segundo, / causaban asombro al mundo/ sus trajes bordados de oro…/ Muy diestro en rejonear,/ muy amigo de reñir, / muy ganoso de servir, / muy desprendido en el dar./ Tal fama llegó a alcanzar / en toda la Corte entera, / que no hubo dentro ni fuera / grande que le contrastara, / mujer que no le adorara, / hombre que no le temiera”.

Villamediana, en época de Lope y entraba a refulgir Luis Góngora y Argote y el propio Quevedo, alcanzaba su misma estatura intelectual y a veces más alta la suya. Es el tiempo de la conquista de América y de las grandes hazañas que trascienden la mar y dejan sembrada aun en la música -la zarzuela y la habanera- el valor de unos hombres, héroes en esa España que de lo oscuro irrumpe en el mundo, con el poder de la gloria y el dinero. Veamos un soneto del 1611 dedicado a uno de esos caballeros, don Agustín Rojas Villandrado, a quien llamaron el Caballero del Milagro:

“Sea para bien, en hora buena sea,/ divino Rojas, el rezién nacido,/ que tal hijo de ingenio ha merecido / que esculpido en mil láminas se vea./
“Plega a los cielos que la excelsa idea/ del Repúblico llegue al apellido/
a donde desterrándose el olvido / de Daphne ingrata su laurel possea.
“Ensancha, Mançanares, tus riberas, / donde tu nieto con amor recibas,/
hijo de un hijo de tu margen bella. / Aquí viene a servirse muy de veras,/
ampárale piadoso, assí tú vivas / eternos años con feliz estrella”.

También era el tiempo en que en el Vaticano, para obtener dinero que gastaban con esplendor, se ingeniaron las indulgencias, que se pagaban con monedas. Un día del proceloso diciembre, a la entrada de una catedral había una mesa y en la mesa un fraile que tocaba una campana mientras su voz sonaba diciendo: “Sacad un alma del purgatorio”. A su lado una bandeja de plata tenía los óbolos. Villamediana se acercó y mostró al cura una morrocota de oro, mientras preguntaba: “¿Y si yo echo esta moneda en la bandeja sale un alma del purgatorio?”. Sí, contestó el fraile: “En poniendo la moneda, el alma se libera”.
Villamediana soltó la moneda que tintineó en la charola. Dio vueltas y se quedó quieta. “¿Ya salió el alma?”, volvió a preguntar y el religioso contestó ufano: “Sí, ya salió”. Villamediana retomó la moneda, la guardó y dijo: “Tonta sería si volviera a entrar.” Y se fue caminando muy orondo en esa mañana del 28 de diciembre, día de los Inocentes.

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