El pais
SUSCRÍBETE

Sí, le sacó la piedra

Gabo se levantó. Era su vieja barra de Barranquilla riendo y celebrando como buenos costeños.

15 de julio de 2021 Por: Vicky Perea García

Miguel Racedo era un costeño hablador de Barranquilla. Mas como si fuera poco con ser costeño, tenía una fábrica de colchones que llevaba su nombre. O sea que más allá de parlador, era pajudo. Los colchones los hacían con paja en aquel tiempo.

Mas fuera del almacén de la colchonería donde iniciaban las reuniones, José Miguel tenía un sitio de tertulias y asados de carne salada a orillas de un lago azul, llamado el Lago del Cisne. Ese era un lugar privilegiado por la vida, que aún permanece allí sin que lo sepan las ráfagas del turismo de chancletas y basura que agobia los lugares hermosos de este país.

Racedo se volvió amigo mío cuando yo era congresista y dialogábamos con su barra en Barranquilla, donde me invitaban con alguna frecuencia. Esta gente subsistía observando los mismos hábitos con los que desafiaban los años y las costumbres. Eran bohemios y tomaban whisky Old Parr. La primera copa iba para la tierra, en recuerdo de los amigos que se habían ido, pero que permanecían presentes en cada reunión. Allí reinaba Racedo con sus cuentos viejos y nuevos. Está enterado de todas las ocurrencias y de los personajes, cosas que iba soltando con cierto dejo, pero animadas las palabras con una solícita escogencia de lenguaje, de lugares, de aves y animales. Nada le era desconocido en la región. Y él era el narrador casi musical de todo ese universo de cosas pequeñas.
Racedo era amigo entrañable de las gentes de la Cueva y, por supuesto, de Gabo, quien en cada llegada que hiciera a Barranquilla recibía el tributo de sus amigos en la sede del Lago del Cisne. Racedo entonces se explayaba y contaba sobre los alcaravanes, o la mujer de barba, o el judío errante que él había pillado alguna vez paliando su sed y su fatiga tomando agua del lago en la cuenca de sus manos. Gabo, como todos, se sentía en su elemento oyendo al narrador y bebía y hablaba sin continencia.

Esto que voy a contar me lo refirió el mismo Racedo un sábado ante las aguas cristalinas y azules de aquel paraje sagrado. Yo estaba sentado en el sitio que me dijo ocupaba siempre el maestro de Aracataca.
Ocurrió que cuando se supo de la adjudicación del Nobel de Literatura a García Márquez, todos en Barranquilla se sintieron tocados de milagro. Y Racedo, sin quedarse atrás, escribió una carta a Gabo, aun en México. Le decía más o menos: “Querido Gabito. Bello milagro el que nos arropa. Nos hemos ganado el más codiciado premio a la literatura. Pero no te olvides que en tu obra yo tengo una gran parte. Cuántas historias te conté en el Lago y tú las recogiste. Bueno, como el negocio de la colchonería no anda bien, espero que me participes de las ganancias. Tuyo, José Miguel Racedo”. Alguien espió -de eso se trataba- y vieron la cara agria que puso el escritor.

Una semana después Gabo había viajado a Cuba donde su amigo Fidel. Misael Pastrana iba a reunirse con ambos. El viaje había que hacerlo con una escala en Barranquilla. O sea que Pastrana hizo escala en el Ernesto Cortissoz. Racedo, enterado de todo, lo abordó y le dijo: “Presidente las comunicaciones son difíciles con un país comunista. Tengo esta carta de saludo a mi gran amigo Gabo y le ruego se la lleve usted, perdonándome mi impertinencia”. Pastrana que a todo sonreía, sonrió y echó la carta en el bolsillo interior del saco. Y cuando llegó a La Habana se reunió con Fidel y con Gabo y otras figuras.

“Gabo, -le dijo en un momento dado con su sonrisa Pastrana- en el aeropuerto de Barranquilla me salió un hombre muy simpático, muy amigo tuyo que me pidió que te trajera esta carta”. Gabo abrió la carta y vio la firma de Racedo y estalló -humano al fin y al cabo- en una retahíla de palabrotas. “Este es un loco hijo de su puta madre, que le ha dado por decir que es coautor de mi obra y que le debo regalías”. Todos, por supuesto, se reían mientras Gabo rabiaba.

La cosa habría de llegar a un punto de no retorno. Para Estocolmo partiría del Cortissoz Sonia Osorio a acompañar con su conjunto musical al Nobel. Y Racedo repitió la historia. Cuando Sonia llegó, había en aquella ciudad un cúmulo de nieve de cuarenta centímetros; y cuando Gabo vio la carta, se encendió de tal manera que su ira derritió la nieve y soltó todas las palabras que otro cualquiera en su lugar también habría dicho. Lo calmaron, mientras algunos se reían de medio lado.

Pero finalmente nuestro Gabo, después de las elevadas celebraciones que conocemos muy bien, regresó a Bogotá. Le dieron la suite presidencial del Hilton. Pero luego de entrar a la habitación, suena el timbre de la puerta. Gabo abre. Al frente está un botones con manos enguantadas y porta una pequeña bandeja de plata donde brilla un telegrama. Lo abre y ve al final el nombre de Racedo. Ya no aguanta más y se tira al suelo y muerde la gruesa alfombra y echa babaza. Es entonces cuando oye una risa conocida y otras más de gentes que van entrando con acento costeño. Y suena la conocida voz de Racedo: "Gané, ¿vieron que sí le sacaba la piedra a Gabito?” Habían hecho una apuesta.

Gabo se levantó. Era su vieja barra de Barranquilla riendo y celebrando como buenos costeños. Y pusieron música vallenata y bailaron. Racedo concluye el cuento y me agrega: “tres días después Gabito se encontraba sentado donde tú estás ahora, mi querido Armando. Y yo seguía hablándole de los alcaravanes”.

Sigue en Twitter @BaronaMesa

AHORA EN Armando Barona Mesa