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Los antidialécticos de la trampa

Este Correa, que alguna vez casi le pega a Uribe en República Dominicana, cultivó con esmero la amistad de quien por su nombre debía ser un gran comunista: Lenín Moreno.

15 de abril de 2021 Por: Armando Barona Mesa

GWF Hegel, padre del comunismo filosófico, por allá en el 1808 escribió una importante obra que denominó ‘Fenomenología del espíritu’, en la que cuidadosamente y de modo inductivo, dejó sentado que el flujo fenomenológico de la historia se encuadra en la postura de una tesis -un comportamiento habitual-, una antítesis opuesta y una síntesis que resuelve qué queda. Allí encontró Marx lo que en adelante se llamaría siguiendo a Platón y a Sócrates, la dialéctica que, según él, es el método utilizado por la historia.

Bueno, teóricamente nadie ha podido refutar eso, aunque otro filósofo alemán de mitad del Siglo XX, con el nombre llamativo de Theodor Adorno, escribió en 1966 otra obra sobre la ‘dialéctica negativa’. Subraya Adorno que “El movimiento dialéctico del pensamiento no termina en una síntesis superior de los opuestos, sino que deja las contradicciones con toda su crudeza, como muestra de las contradicciones existentes en la realidad”. Como se ve, son palabras mayores, pero ciertas.

Uno llega a pensar que a los horrores de una dictadura como la de Cuba, o la de Chávez y Maduro en Venezuela, o la de Ortega en Nicaragua, o la del troglodita trasquilado que ostenta el nombre de Kim Jong-un en Korea del Norte, su propia culpa debía conducirlos al cambio dialéctico por otro que represente un gobierno mejor. Pero eso es precisamente lo que no se da porque el proceso de la ‘síntesis’ está falseado por la fuerza y el engaño que sin escrúpulos ejercen los tiranos. De ahí que la dialéctica de Hegel termina no sirviendo para nada, como tampoco es decisoria la opinión pública. !Oh manes de la democracia!, siempre burlados por los dictadores.

Pero también hay excepciones -afortunadamente- a esa regla malhadada de las dictaduras. Acabamos de vivir el caso del señor Rafael Correa del Ecuador, sujeto furioso y deshonesto, que gobernó varios períodos de una izquierda chavista a su manera y hasta llevó a ese país bueno a adoptar -qué ironía- como moneda de su país el dólar, circulando entre los pobres indios y un pueblo en la ignorancia. Este Correa, que alguna vez casi le pega a Uribe en República Dominicana, cultivó con esmero la amistad de quien por su nombre debía ser un gran comunista: Lenín Moreno. Era, así lo creía, su discípulo y hombre de confianza.

Acaballó la dictadura para imponerlo como su sucesor izquierdista. Y nadie midió problema alguno sobreviniente para aquel dictadorzuelo que, gozando de nacionalidad belga por su mujer, se iba a vivir gratamente a Europa con la mochila llena y sus placeres burgueses.

Mas he aquí una sorpresa: el sucesor, con su nombre significativo para la izquierda, en su silla de ruedas, ya elegido, se sintió independiente y comenzó a urgar en los entretelones de la dictadura. Y encontró negocios turbios. Vio metida la mano de Odebrecht y subidas las cuentas corrientes de ese mentor. Y la justicia, aplicada rectamente, le dictó sentencia condenatoria. Habría que repetir la frase de Shakespeare, “algo huele mal en Dinamarca”.

Moreno, que canta con buena voz de bolerista en las concentraciones políticas, como dicen que lo hacía con su antiguo jefe, rompió con el señalado por Correa como el depositario de esas mayorías electorales, llamado Andrés Arauz de quien nadie dudaba que ganaría. Y entendió que debía apoyar a su émulo el banquero de derecha Guillermo Lasso. Se dio por hecho en las encuestas que Correa recuperaría el poder. Pero finalmente el pueblo pudo escoger con sentido dialéctico y perdió Correa. Crédito de Hegel contra los antidialécticos de la trampa.
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