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Fuegos Fatuos

Mas desde que uno lee el primer renglón, sabe que el asunto está hondo. Siempre estará hondo, así su autor vuelva a pensar en una buena sopa de carantanta. La de su vieja Popayán de la que de vez en cuando se acuerda.

3 de marzo de 2022 Por: Armando Barona Mesa

Óscar López Pulecio ha lanzado su último libro que recoge una rica selección de sus columnas periodísticas, incluso clasificadas por temas.
Lo estoy leyendo con agrado. Él dice de entrada: “No hay nada más fugaz que un comentario periodístico”. Sí, es verdad y aún podría agregarse que no hay nada más viejo que un periódico del día anterior. Pero el asunto no es tan simple... allí hay que ver varias cosas: uno, los valores de la noticia que puede perdurar por siempre; dos, la parte literaria de la escritura y tres, la capacidad de ser concreto y decirlo todo en el corto espacio de una columna.

López Pulecio es un maestro recogido en sí mismo. Un solitario que navega diariamente en las cosas pasadas, que ama la literatura y conoce de libros y personajes sin que se le escape alguno de los que han dejado una huella en el pasado. En realidad el hombre es una repetición de sí mismo en el tiempo y el espacio; pero cuánta diferencia hay entre uno y otro. Marcel Proust dejó una huella profunda recordándose a sí mismo en el fuego fatuo de la vida. ‘En busca del tiempo perdido’, recoge los silencios, los pensamientos en voz alta, las vidas mezcladas y sin mezclar, como si fuera una crónica sin alardes de escritura más allá de los propios pensamientos.

Se puede vivir, a la manera de cada cual, en un tiempo pasado y perdido. En varias ocasiones me encontré en París con un amigo llamado Alfredo Rey Córdoba en un sitio escogido por ambos: ‘Les deux Magots’ en Saint Germain de Prés. Allí sentimos la presencia de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, y el grupo de los existencialistas de los años 50. Y salimos a caminar y a buscar los lugares y personajes de la Revolución.
Como cosa curiosa en ese ejercicio que duró varios días, no veíamos los automóviles ni los turistas de pantalones cortos y cámaras colgadas en el pecho, sino los coches de caballos que trepidaban en las calles empedradas. Y nos fue fácil distinguir a Robespierre, a Marat, a Danton, incluso al jefe de la policía José Fouché. Parece increíble, pero era la voluntad y la atención que reflejaba la historia para unos diletantes afiebrados que recorrían el escenario, que éramos nosotros.

Óscar López es de ese mismo cariz. Vive los ciclos históricos y literarios de la vida y se amolda a ellos y se le nota el placer de reproducirlos en la página en blanco. Veamos un botón: “Cuando en 1575 los piratas turco-berberiscos capturan la galera Sol que había zarpado de Nápoles rumbo a Barcelona, descubren a bordo a un soldado de 28 años, barbirrubio, quien había perdido la mano izquierda en la batalla de Lepanto, con un par de cartas de recomendación, una del Duque de Sessa, embajador español ante la Santa Sede y otra del mismísimo Don Juan de Austria, quienes calificaban de heroicos los servicios del joven soldado a la armada española. Los piratas pensaron que se trataba de un cautivo de oro y fijaron el monto de su rescate en 500 escudos. El soldado se llamaba Miguel de Cervantes y no tenía ni un centavo”.

Son fuegos fatuos que surgen de un reflejo y que ya han dejado de existir. Pero Óscar los redime, los rebusca, los peina y deja enmarcados en los pocos caracteres de la columna. Mas desde que uno lee el primer renglón, sabe que el asunto está hondo. Siempre estará hondo, así su autor vuelva a pensar en una buena sopa de carantanta. La de su vieja Popayán de la que de vez en cuando se acuerda.
Sigue en Twitter @BaronaMesa

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