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Bajo un destino criminal

El crimen azota las montañas y asedia a los buenos, que mueren sin que les sea permitido defenderse.

12 de mayo de 2022 Por: Armando Barona Mesa

El símbolo de Caín es ilustrativo de algo que radica en la mente -tal vez en el instinto- de matar al hermano. Igual que hizo Rómulo, el fundador de Roma, con su fraterno Remo, a quien mató por haber incumplido una especie de ley creada por aquel mismo. “El hombre mata lo que más ama, / que todos sepan este tema/ mata el valiente con una espada/ mata el cobarde (Judas) con un beso”. Como lo proclamó Oscar Wilde en la ‘Balada de la cárcel del Reading’. Y mata inicialmente por necesidad, después por gusto.

Encontramos al hombre creando la guerra desde el comienzo de todos los tiempos. Fue él un guerrero -piensan algunos que este calificativo es el mayor homenaje que se le suele hacer a él y ahora mismo a las mujeres- y se lava las manos para ocultar la sangre derramada. El santo rey David no pudo construir el Templo, porque sus manos habían dado muerte a mucha gente, según lo admitió el mismo Jhavé.

En Colombia, esta patria nuestra tan llena de paisajes, ríos, lagunas, playas, dos mares, montañas, especies de pájaros multicolores y animales silvestres, la belleza brilla a todas horas en medio del clima tropical grato, sedativo y abierto a los canales nobles del espíritu. Pero es de allí, de ese bello conjunto, de donde sale la brutalidad de unos seres que implantan la violencia, matan a las aves canoras y al animal que no encuentra el refugio que le entregue la vida, pero sobre todo al hermano colombiano.

No ha habido paz ni refugio válido donde esconderse. El crimen azota las montañas y asedia a los buenos, que mueren sin que les sea permitido defenderse. El caso de un rufián como el señor ‘Otoniel’, violador, narcotraficante, lleno de dinero y bienes, es repetido hasta el infinito.
Los nombres son interminables, como lo son las tragedias que provocaron con deleite en una película real donde ganan los malos.

Es la revolución, corean algunos, porque la violencia es la gran partera de la historia, según el predicamento de Karl Marx. Sí, pero una revolución del hambre y la estrangulación de los anhelos de superación a base de talento y trabajo. La frustración de la inmensa mayoría para que otros se llenen de beneficios y se conviertan en una nueva oligarquía, que es lo que ha enseñado el comunismo disfrazado -siempre se disfraza- durante un siglo largo. La vida no vale nada porque lo que interesan son los resultados colectivos, que tampoco se ven progresar en el sombrío camino de una rutina marcada por la fuerza del Estado

Aquí se han levantado muchos grupos para matar en pro del ‘progresismo’. Y esos grupos, que llaman disidencias, establecen la dictadura de las armas y la muerte cabalgando al igual que los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, consagrados al cultivo y tráfico de la droga, primer camino maldito en busca de dinero y de la destrucción de las víctimas, cuya psicología arruinan bajo sus mezquinos propósitos de enriquecerse.

Es triste tener que vivir en la bella patria que nos dio la naturaleza, pero bajo los efectos ruines de los malos, que matan con ardentía y disciplina para el mal.

La gran mayoría, ciertamente, no estamos de acuerdo con esas muertes, pero el Estado se ha tornado casi que impotente para enfrentarlos. Como dijera Borges, “es el crimen de Caín, que sigue matando a Abel”. En realidad, nunca abandonaron esa política, que siguen practicando bajo algunas miradas cómplices. No es mucho pedir que se abran bien los ojos.

Sigue en Twitter @BaronaMesa

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