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Valor y dignidad

Por muchos motivos me ha parecido un pueblo admirable. Quizá desde las...

20 de marzo de 2011 Por: Antonio José Caballero

Por muchos motivos me ha parecido un pueblo admirable. Quizá desde las lecturas sobre actuaciones de los japoneses en las guerras del mundo comencé a guardarles respeto. La primera vez tuve la oportunidad de conocer su historia en directo contada por un pescador en el gran mercado de Tokyo que expresa sus ofertas a grandes voces desde que entra la madrugada.Parecen tenores, barítonos y sopranos improvisados anunciando las variedades del mar. Es como una ópera de vida que cambia cada día, en la que cada actor cuenta, cantando, las bondades de lo que le dio la pesca, sobre todo los jueves.Si a esto le ponemos un poco de imaginación, tenemos verdaderas arias con historias del mar que acaban de suceder hace unas horas, cuando salieron a faenar. Contadas en el idioma nipón, con la gracia y dulzura que tienen. Lástima que ese mar al cual adoran y respetan haya sido tan duro con ellos, dejando casi en ruinas el Imperio del Sol Naciente.Pero están acostumbrados a la adversidad. Yo diría que los crece, y por eso, saliendo de la ‘amenaza nuclear’, peligro con el que el hombre juega sin responsabilidad alguna con sus pueblos, estoy seguro que los japoneses limpiarán el desastre y se levantarán de nuevo.Es un pueblo educado con valores que nosotros perdimos. Son gentes sencillas, que escuchan y, por eso, aprendieron a dominar al mundo sin aspavientos. Son hombres y mujeres que, aunque lloran y sienten lo sucedido, nunca protagonizan escenas grotescas en medio de los escombros. “Lloramos para adentro porque son dos dolores. El mío y el de mi pueblo”, dijo una japonesa víctima del desastre.Recuerdo aquellas personas que me contaban Hiroshima y Nagasaki en el sitio, al pie de la campana de la paz. Testigos directos que narraban con pavor la explosión, el hongo letal y las personas que desaparecían ante sus ojos, a quienes habían visto unos segundos antes, en su bicicleta, tratando de escapar del desastre. Y luego, un respiro profundo, una mirada a los ojos, dos lágrimas y una sonrisa como diciéndome: “Tranquilo, esa es nuestra historia para que el mundo no la repita. Ellos se fueron , y quedamos nosotros para contarlo”.Todos hemos visto la disciplina de jóvenes y viejos haciendo las colas para la gasolina y para el agua. ¿Se han dado cuenta del silencio, por ahora, ante los posibles descuidos del Gobierno en las centrales nucleares? Fueron capaces de filmar su propio desastre con los elementos técnicos que ellos mismos inventaron para mostrárselo al mundo. No hubo nadie de fuera, ellos mismos vivieron, realizaron y lloraron su película, regida casi por el Código Samurai: honor, dignidad, disciplina y valor. “El deber por encima de la vida. La muerte es un imperativo de conciencia”.Qué verraquera ese desdén por lo material. Qué lección de seguridad cuando pasan al lado de las ruinas y simplemente las miran como algo que estaba hecho para eso, para desaparecer en cualquier momento.Ese fue el mismo pueblo que nos enseñó a hacer los campos de arroz en este Valle nuestro. Ese pueblo con el que compartimos sangre familiar que vive aquí y allá y que hoy tiene el abrazo solidario del mundo.Mucho de ésto nos falta a nosotros en las tragedias que nos agobian.