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Libertad sin ira

El título de esta columna es un tema de mis viejos amigos...

11 de diciembre de 2011 Por: Antonio José Caballero

El título de esta columna es un tema de mis viejos amigos del grupo 'Jarcha' en España. Lo cantaron cuando su país entendió que sólo con el diálogo y no con el espejo retrovisor podían empezar a sanar heridas de la guerra que sólo dejaron sangre y muertos entre los enemigos.Estos muchachos andaluces y compañeros de clase en la Complutensis Universitas, muy amigos de las letras pasionales de García Lorca, nos llenaron de sentimiento y ganas de paz cantando sencillamente lo que la gente expresaba en la calle. Eso mismo lo vi el martes de la marcha.Vi grupos de niños que gritaban no más violencia, pero no sólo por gritar. Cada uno tenía una historia en su casa que debieron abandonar en el Chocó, en Urabá y en el Cauca cuando guerrilleros y paracos los sacaron a la fuerza con sus padres de sus pequeñas tierras en las que vivían su sana niñez a pesar de la pobreza.A dos de ellos los dejaron sin padre y a los otros sin mamá. Y sólo pedían que, como había dicho Johan Steven Martínez, los violentos bajaran sus armas para no hacer más daño. Preferían olvidar su dolor con tal que no hubiera más huérfanos en Colombia.Y vi a un médico vestido de blanco con un letrero en el maletín que decía “Yo estoy indignado ¿y tu?”. Se paró al pie de una miniprocesión con una imagen de la Virgen de Fátima en una pequeña anda cargada por cuatro mujeres que rezaban: “María Santísima por tu intermedio ruega a tu hijo por la paz de Colombia. Ya es hora. Amén”. Se arrodillaron en las baldosas de la Plaza de Bolívar en Bogotá, y en silencio ofrecieron su plegaria acompañadas de las palomas que luego volaron hacia el techo del Congreso donde ondeaba el tricolor colombiano a media asta, roto como la patria misma.Vi a la canciller María Ángela Holguín contándonos cómo ningún colega suyo en el mundo entiende como nosotros aquí adentro qué es lo que quieren los asesinos de las Farc, del ELN y los paramilitares para liberar a los secuestrados que tienen hace décadas encadenados a un árbol en la selva.Y vi que las historias nunca terminan. Acabamos de sepultar al secuestrado más antiguo del mundo, Libio José Martínez, quien este diciembre cumpliría catorce años en el monte. Pues no. Aparecieron las hijas de don Dámaso Galvis y me contaron que a su padre lo secuestraron las Farc hace 20 años en Paujil, Caquetá, y no contentos con esto le cobraron hace doce años diez millones de pesos. “Se quedaron con él y con el dinero”.Y vi gente sencilla tal vez la más sencilla de toda que simplemente está harta de la violencia, del desempleo y sobre todo de la indolencia de este país que se veía en los andenes. Los mirones que creen que nada de esto los toca. Ojalá no deban participar obligados en la próxima marcha.Por eso me quedo con mi gente que siente mientras espera que tanta carta y tanto anuncio desde la selva llegue con una sola respuesta sin condiciones: ¡Libertad! Ya no hay tiempo de más engaños. Ni acuerdo ni canje. Liberación sin show y ya veremos.Cantaban los 'Jarcha': “Dicen aquellos que no se nos de rienda suelta; porque aquí todos llevamos la violencia a flor de piel.Pero yo sólo he visto gente que es obediente hasta en la cama; gente que tan sólo quiere vivir su vida sin más mentiras, y en paz. ¡Libertad sin ira!”. Esos son los míos.