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Entre el picadillo y los tatucos

En la vereda Bodegas, cerca a Toribío, donde cayó el tatuco de...

10 de febrero de 2013 Por: Antonio José Caballero

En la vereda Bodegas, cerca a Toribío, donde cayó el tatuco de las Farc esta semana, los niños de la escuelita recuerdan: “Eso pasó voltiando y voliando humo y candela, y cayó en la tierra y la explotó”. Los testigos están entre los 4 y los 7 años, y el relato lo hacen desde la planicie que les servía de cancha de fútbol. Ahora tienen miedo, dolor de cabeza y mucha hemorragia nasal.En el barrio Alberto Lleras de Buenaventura, las ‘Tejedoras de la memoria’ y los habitantes de la ‘Capilla contra el Olvido’ recuerdan a sus hijos desaparecidos. Una de ellas dice: “Yo ahora sólo quiero que me digan dónde lo mataron pa’ irlo a recogé y enterrarlo cristianamente”. Y otra cuenta: “Al menos antes los mataban a bala y uno podía ir a levantarlos pa’ enterrarlos; pero ahora los niños que juegan en bajamar encuentran pedazos de piernas, brazos y hasta cráneos que el mar devuelve porque al mar tampoco le gustan las injusticias”.Es el ‘picadillo’, atroz forma de tortura que han establecido las bandas de criminales que luchan por apoderarse de Buenaventura y que practican en casas conocidas por todos. Frente a todo el mundo destrozan sin compasión, mutilan y avientan al mar los pedazos de sus víctimas. Pedazos que son devueltos por el mar, a manera de protesta muda.Este es el rostro oculto por el miedo y el terror en el Valle y en el Cauca. Son las madres impotentes que ven cómo sus hijos crecen entre cilindros de las Farc y balas de fusil de militares y policías, mientras ellos están en medio del conflicto, repasando los impactos en las paredes y en las puertas de sus humildes viviendas. O las madres de hijos desaparecidos que pagaron con sus vidas su relación con el narcotráfico.Es la guerra del silencio. La que no aparece en las estadísticas porque el miedo impuesto por los asesinos no deja. Aquí los desaparecidos no suman. La pastoral social de Buenaventura confirmó las denuncias de las tejedoras de memoria y de la gente de la calle, y por esto están amenazados desde el obispo Monseñor Epalza. Estas torturas en vivo que practican los violentos son pan de cada día en los barrios de Buenaventura donde además se obliga a las niñas a la prostitución desde tempranísima edad. Y lo peor, forman parte habitual del lenguaje de los niños.Subiendo a la cordillera encontramos abandono. La carretera semidestruida a punto de caer al río Palo y sembrados de coca que, al contrario de lo que dice el Gobierno, aparecen como lunares verdes en medio de la montaña. Y claro, los ‘tatucos’ y los letreros amenazantes del sexto frente de las Farc en Tacueyó, Toribío, Jambaló y todo lo que se parezca a estos nombres de la madre tierra.Ni hablar de Zaragoza y Córdoba en el kilómetro 40 de la carretera hacia el Pacífico. Allí está el oro y ahora son repúblicas independientes en manos de ‘banqueros’ que en una mesa de bar cubierta con un paraguas multicolor atajan los barequeros ancestrales para quitarles los granitos que pescaron en el destruido río Dagua y ponerles el precio que les da la gana. En esta ‘ciudadela del desastre’ hay billares, restaurantes, minimercados y bomba de gasolina, sin olvidar la prostitución al aire libre para los mineros. Todo esto lo vi durante la semana que termina. Es el problema real que viven millones de compatriotas afectados por la violencia.