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“Ahora me da miedo vivir”

Si se quiere mantener la vida, en el barrio Viento Libre de...

12 de febrero de 2012 Por: Antonio José Caballero

Si se quiere mantener la vida, en el barrio Viento Libre de Tumaco hay que guardarse a las cinco de la tarde. “El que pasa es porque le da la gana, quiere decir que es guapo y quiere piso-muerte”, advierte un ‘duro’ del barrio de sólo 16 años. “Ya no le temo a morir, ahora me da miedo vivir”, dijo una de las madres cuyos dos hijos todavía están sordos en el hospital luego del atentado con un maletín –bomba el pasado 12 de enero.Es parte de esta ruta de terror que recorren las Farc, el ELN, las Bacrim, los paras, los Rastrojos, los Urabeños y las Águilas Negras, detrás del narcotráfico que disputa rutas hacia Centroamérica y Estados Unidos. Una manigua de maldad que deja retratos de niños muertos, rabia que se funde en impotencia y recuerdos que jamás desaparecerán porque han sido el sello de vida o muerte ante el peligro de los violentos que atacan a la población civil aunque lo niegue con cinismo. Y aunque se autodenominen ejército del pueblo que asesinan.En Villa Rica mataron dos niños. Ella quería ser una modelo en las mejores pasarelas del mundo. Él soñaba con ser futbolista en el Inter de Milán. Esos sueños murieron asesinados por una bomba puesta por los valientes cobardes que se esconden para matar a los niños.En Villa Rica, a veinte minutos de Cali, nadie sabe cómo sobrevivió doña María, la vendedora de chance que todos los días se parquea en su mesita de la suerte frente al cuartel de Policía a vender ilusiones para sus paisanos. Ella cuenta que, “ante el aviso de uno de los terroristas salí como alma que se lleva el diablo hasta donde las piernas me dieron. Estaba tan aturdida que fui a parar como por magia donde mi nietica que, gracias a Dios, estaba viva”.En Miranda, sus habitantes no saben cómo se salvaron por segunda vez en cinco días del carro-bomba que explotó en la carretera hacia Florida, y del triciclo-bomba que desactivaron frente a la ferretería ‘La Amistad’ de don Jairo. “Vi parquear el aparato ese y le dije al muchacho: quíteme esa verraca cosa de allí, rápido, y salí detrás de él que se montó en una moto y se fue. Le cuento que sólo por la misericordia de Dios estamos aquí contando el cuento”, dice don Jairo.El testimonio más conmovedor me lo dio la profesora Ana, quien al momento de la explosión analizaba con sus alumnos de sexto de la Escuela Agrícola de Jambaló la canción de José Luis Perales ‘Que canten los niños’. En su clase discutían cómo los niños apagaron su voz por la violencia que los azota. De pronto una granada rompió el silencio y explotó la muerte en ese rincón de la Cordillera Occidental. Ella dice: “Entonces vinieron los gritos, las lágrimas, las carreras. Y tres niños heridos, uno muy grave porque le destrozó su barriguita”. Así terminó la clase de lenguaje. Es la huella que deja el terrorismo. Así, como la clase, queda Colombia después de cada visita de estos ‘Ejércitos del pueblo’.Y las autoridades y las ofertas sociales, ¡bien gracias! Los niños de la escuela de Jambaló están esperando atención de especialistas en otología y en psicología para recuperarse de la explosión.