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¿Seremos otra Venezuela?

Nuestro país parece estar dando los pasos necesarios para convertirse en una...

2 de diciembre de 2013 Por: Antonio de Roux

Nuestro país parece estar dando los pasos necesarios para convertirse en una nueva Venezuela. No sería lejano el advenimiento de un gobierno radical, demagógico, amigo de eliminar la separación de poderes, restringir las libertades democráticas y acabar con la economía de mercado. Y es que la revolución bolivariana de Chávez pudo entronizarse gracias a la corrupción, mediocridad y desprestigio de la clase política tradicional. También jugó a su favor la ineficacia de las instituciones venezolanas. Las circunstancias de allá se repiten en Colombia como si fuera un espejo:El primer aspecto que nos iguala a la Venezuela pre chavista es la corrupción. Un proyecto de la Universidad de Vanderbilt señaló que somos el país latinoamericano con mayor percepción de corrupción. El 81% de los encuestados consideran estar viviendo en un país corrupto. Según estudios de Transparencia Internacional, cerca del 90% de los colombianos estiman que la corrupción permaneció o se incrementó durante los últimos dos años. Los que registran peor imagen en esta materia son los partidos, el Congreso y los funcionarios del Estado incluyendo la Justicia.Otro elemento que nos haría a merecer nuestro propio Chávez, es la ineficacia del aparato estatal, y su incapacidad para adoptar los ajustes requeridos. De esta manera siguen pendientes en el Congreso muchas reformas indispensables para apuntalar nuestra institucionalidad. Estas se refieren entre otros asuntos a la justicia, educación, salud, régimen electoral y corporaciones regionales.Una elemento adicional que impulsaría al Chávez colombiano es el carácter cerrado de nuestro andamiaje democrático. Las cosas están estructuradas para que no surjan nuevas opciones ni propuestas. Los ciudadanos deben aceptar candidatos salidos de las maquinarias podridas, mientras la posibilidad de obtener reconocimiento para los partidos nuevos es casi imposible.¿Y que decir del desprestigio que registra la clase política a cuya cabeza se encuentran nuestros ex presidentes? Mentiroso, loco, encubridor, hampón, son los epítetos que usan entre ellos. Gastan sus energías en peleas de verduleras, en lugar de aunar esfuerzos para conquistarle un mejor futuro a los colombianos. Con este telón de fondo llegamos a los acuerdo de La Habana. Las Farc bien financiadas y disciplinadas, dispondrán de organizaciones de bolsillo y carta blanca para actuar en la política. Lo grave no es la presencia de los ex guerrilleros en la arena democrática, lo perturbador es el caldo de cultivo en el que habrán de moverse y la indolencia de los dirigentes nacionales para enfrentar eso que se avecina. Ante la entrada en escena de protagonistas tan fuertes como la insurgencia y sus amigos un gobierno sensato, capaz de pensar más allá de los próximos cuatro años, tendría que convocar a los sectores ciudadanos, abrir espacios de participación, renovar y limpiar de malandrines su coalición y eliminar los beneficios escandalosos usados para asegurarse el favor de los congresistas. En otras palabras, ese gobierno debería entender que estamos frente a la última oportunidad de purificar la vida democrática y atraer a la opinión pública. De no hacerlo así, el repudio por la politiquería puede abrirle el camino a un equivalente nacional del coronel y dicharachero.