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¿Qué pasa en la Iglesia caleña?

La visita del papa a Colombia me produjo emociones encontradas. Su presencia nos hizo sentir reconfortados; su calidez personal fue bálsamo para el espíritu, y su palabra dio valiosos elementos en el propósito de enseñarnos a perdonar. Pero debo reconocer que como a muchos en la región el acontecimiento me dejó cierto sabor amargo.

17 de septiembre de 2017 Por: Antonio de Roux

La visita del papa a Colombia me produjo emociones encontradas. Su presencia nos hizo sentir reconfortados; su calidez personal fue bálsamo para el espíritu, y su palabra dio valiosos elementos en el propósito de enseñarnos a perdonar. Pero debo reconocer que como a muchos en la región el acontecimiento me dejó cierto sabor amargo.

La versión oficial de que Francisco omitió a Cali por razones logísticas suena a cuento. ¿Cómo explicar que no llegara a la capital del Suroccidente donde se asesinó toda una Asamblea Departamental, y la concentración de víctimas y desplazados supera la de cualquier otro centro urbano? ¿Cómo hacer entender que la Iglesia es solidaria con el sufrimiento de sus creyentes si los organizadores del viaje no le permitieron a Francisco llegar a esta ciudad donde se presentaron eventos sin parangón en el mundo católico como el secuestro masivo de los fieles de la Iglesia La María? ¿Cómo justificar que en la visita del pontífice se elevaran a los altares dos clérigos víctimas de nuestra violencia ancestral, mientras nada se dijo de la causa de monseñor Isaías Duarte Cancino, mártir de la arquidiócesis caleña, quien repetía incansable la frase de “Los queremos libres, vivos y en paz”, y selló en esa época una comunión auténtica entre la gente y su obispo?¿Cómo hacer para que se conformen los católicos del Pacífico, las ovejas más necesitadas, aquellas cuyo olor habría querido percibir Francisco, si en los festejos estuvieron casi ausentes su folclor y su cultura?

Algunos comentaristas han intentado explicar los acontecimientos afirmando que se trataría de una especie de castigo al Arzobispo de Cali. A este le achacan haber manejado mal el episodio de los niños abusados por el párroco del barrio Alfonso Bonilla Aragón. También afirman que su administración tiene dineros embolatados por cuenta de inversiones riesgosas. En mi parecer frente a la ausencia papal tal hipótesis resulta insuficiente. Además todo lleva a concluir que en estas materias particulares Monseñor José de Jesús Monsalve actuó en buena fe y guiado por el deseo de acertar.

Pero la consideración anterior no puede ocultar la idea creciente de que algo acontece al interior de la Iglesia caleña. Algo tan complejo que incluso fue capaz de quitarnos la posibilidad de compartir con el pontífice y acceder en directo a su capacidad de sanación.

Publicaciones y expresiones individuales dan cuenta de falta de comunicación cuando no distanciamiento de sectores clericales locales con relación a su jerarquía; se habla del pobre relacionamiento de esa jerarquía con las autoridades eclesiásticas del orden nacional; se menciona la pérdida, acaso por celos o razones ideológicas, de tesoros espirituales tan poderosos como la memoria de Duarte Cancino; se percibe el crecimiento arrollador de otras denominaciones cristianas.

Esas denominaciones llevan la Palabra, hacen el bien a multitud de personas y están encontrando oportunidades en el pobre desempeño de muchos sacerdotes; en su falta de entusiasmo; en sus sermones largos e improvisados que sin control de calidad divagan, no llegan a la esencia del Mensaje y espantan a la gente.

Lo doloroso al final es la impresión de que con la ausencia del papa terminaron pagando los fieles del Suroccidente y el clero raso, las dificultades eclesiásticas existentes en otros niveles.

Sigue en Twitter @antoderoux