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El revolcón de Francisco

Después de pasar unas semanas en Roma durante aquel mayo del 2010,...

3 de noviembre de 2014 Por: Antonio de Roux

Después de pasar unas semanas en Roma durante aquel mayo del 2010, ya no me quedaron dudas de que algo muy grave sucedía en la Iglesia Católica. Cierto sacerdote amigo con quien compartí un buen espresso, me puso al tanto de los escándalos del Banco Vaticano, y contó cómo a Benedicto XVI le habían montado una corte desbordada por la pompa. En ella seguían protocolos de estilo monárquico y hasta los obispos más pobres eran requeridos a vestir la costosa sotana ribeteada, también llamada ‘filettata’, para sus reuniones curiales. El cuadro quedaba completo con un discurso oficial homofóbico, mientras hacia adentro apenas se movían tímidas acciones tendientes a eliminar el cáncer de la pederastia. El resultado de esa situación no podía ser más descorazonador. Fieles en desbandada, iglesias vacías, vocaciones declinantes. Ratzinger tenía conciencia sobre el curso de los hechos, pero le faltaban salud y fuerzas. Entonces, en un lúcido gesto de dimensiones históricas se hizo a un lado, dio vía al proceso que culminaría con el advenimiento del papa Bergoglio.El revolcón comenzó a materializarse con la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, la Alegría del Evangelio, pieza impregnada de sentido autocrítico, la cual revela un nuevo estilo, una nueva actitud por parte del papado. Para ilustrar el punto comparto algunos enunciados vertidos en el documento por Francisco:-“Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde como Obispo de Roma estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización”. -“A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.-“A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor”.-Con relación al papel del Obispo: “en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos…”.-A propósito de algunas prácticas de la Iglesia: “pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo en revisarlas”.Este espíritu renovador es el que dio vida al Sínodo sobre la familia cuya primera etapa acaba de concluir. Como se planteara en aquella reunión, dentro de la Iglesia tiene que haber lugar para los divorciados, las parejas que no han regularizado su situación, las personas del mismos sexo unidas por el amor. Lo anterior procede de entender que las otras formas de unión están orientadas u ordenadas hacia una unión de mayor perfección. Esa unión perfecta en la visión de la Iglesia es la representada por el matrimonio católico.Frente a las transformaciones planteadas se vislumbra la oposición de algunos jerarcas formalistas. Quieren una religión agobiante, plagada de normas que ellos escasamente practican. Se les olvidan las palabras de Jesús en el evangelio de San Lucas: “¡Hay de vosotros los legistas, que imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos!”