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Ciudadano especial

Jorge Herrera Barona pertenecía a esa raza de hombres que hicieron grande...

26 de septiembre de 2011 Por: Antonio de Roux

Jorge Herrera Barona pertenecía a esa raza de hombres que hicieron grande al Valle del Cauca. Inteligente y persistente exhibía un sentido común arrollador, y el humor como rayo fulgurante a flor de boca. Egresado del Berchmans y de la Universidad Javeriana, supo triunfar en cuanta meta llegó a trazarse. En el ámbito de la amistad fue solidario, y en el hogar brilló por su capacidad sin límite para dar afecto.Jorge tenía una característica singular representada por su vocación de servicio. A pesar de ser requerido por sus empresas personales, siempre atendió el llamado a colaborar con los intereses colectivos. Director de los Panamericanos, nos devolvió en 1971 una ciudad amable, abierta, respetuosa de la diversidad, orgullosa de sus logros y dispuesta a la convivencia, según él mismo lo expresara con merecida satisfacción. Su deseo de contribuir a transformar la vida publica, habría de franquearle otros caminos. Fue concejal de Cali, director de Valorización, gobernador del Valle, integrante del denominado Congresito que reglamentó la reforma constitucional de 1991, y miembro de innumerables juntas directivas de entidades oficiales. En el discurso que escribiera para agradecer el homenaje en su honor organizado por la Unidad de Acción Vallecaucana, nos dio luces sobre las razones de su compromiso con el servicio público: “Debo decirles que cualquier persona que haya tenido éxito en sus negocios y actividades profesionales se lo debe ante todo a la sociedad que lo hizo posible. Y por eso debe prestarle su servicio, para hacerla mejor, para darle motivos de orgullo, para que tenga identidad y sea propietaria de su destino”. Considerando su propia experiencia y alarmado por el paulatino abandono que los ciudadanos de bien han hecho de la arena política, agregaba: “Hoy miro a Cali y el Valle y veo una gran confusión. Y me pregunto el porqué. Y me pregunto cuándo se dejó al lado la obligación de servir a la sociedad, incluso ante la arremetida de las malas costumbres y los dineros mal habidos. Y les pregunto a ustedes cuándo dejamos de conocernos. Cuándo y por qué dejamos de considerar importante el servicio público para que nuestros hijos vivan mejor, para que sepamos quién es nuestro vecino y cómo nos podemos ayudar a ser mejores ciudadanos”. Pero su intervención cerraba con un toque de optimismo, de fe inclaudicable en sus coterráneos: “Vuelvo entonces a la experiencia de mis 80 años viendo crecer a mi familia, a mi ciudad, a mi país. Y debo decir que a pesar de las dificultades, y no obstante la alarma que nos invade al registrar los malos gobiernos y los peores ejemplos que por aquí han pasado, aún podemos recuperar el tiempo perdido. Aún tenemos las fuerzas para rescatar para nuestra ciudad y nuestro departamento la posibilidad de ser dueños de su destino”.En el plano humano y como lo recordó su nieto Tito en las honras fúnebres, Jorge fue esposo, padre y abuelo ejemplar. Un día escuché de sus labios una de las frases más bellas y retadoras que he conocido sobre ese carácter avasallador, absoluto, que debe tener el amor paterno: “Los hijos no fueron libres de escoger venir a este mundo, nosotros decidimos por ellos. Por eso tenemos la obligación de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para hacerlos felices y facilitarles una vida llevadera”.