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Candidatos y paz

Cuando dos proyecto políticos se integran, es lógico esperar que el programa...

2 de junio de 2014 Por: Antonio de Roux

Cuando dos proyecto políticos se integran, es lógico esperar que el programa resultante incorpore elementos de ambas vertientes. Por eso no puede tacharse de vulgar oportunismo el que Marta Lucía Ramírez haya propuesto y acordado con Óscar Iván Zuluaga, la continuación del proceso de negociaciones adelantado en La Habana.Es entendible la preocupación que la nueva actitud de Zuluaga despierta en los reeleccionistas. Pero la campaña de Santos al escoger la paz como principal pieza de mercadeo electoral, se metió en un juego peligroso cuyas restricciones y secuelas ahora se hacen evidentes. La paz es un anhelo colectivo y un derecho constitucional de todos los colombianos, en consecuencia cualquiera tiene la posibilidad de invocarla, defenderla, convertirla en su enseña. Para decirlo de otra manera, se trata de un atributo de propiedad colectiva no susceptible de apropiación o exclusividad. Como es lógico, los candidatos sin distingo tienen plena autonomía para enarbolarla. Los giros de la semana pasada están dejando la idea de que el candidato presidente se limita a ofrecer un proceso de paz cuya metodología produce desconfianza en buena parte de la población. Ello mientras Zuluaga plantea continuidad de las negociaciones pero previa adopción de correctivos. Estos se refieren a la publicidad permanente de lo acordado y a la existencia de plazos ciertos.La nueva actitud de Zuluaga respecto del proceso de paz, tiene otra connotación que causa inquietud adicional en la campaña reeleccionista: al aceptar negociar con las Farc el candidato del Centro Democrático expresa independencia de criterio ante Álvaro Uribe. Esa posición en manera alguna significa distanciarse del expresidente, pero puede atraer votantes que apreciando los programas de Óscar Iván, no quisieran tener un “presidente con jefe”, para usar la expresión de Enrique Peñalosa. Santos tiene a su favor el talante democrático y el haber impulsado algunas iniciativas de carácter social como la Ley de Víctimas. Sin embargo, en un país cuya mayoría piensa que las cosas van por mal camino, el programa que ofrece no se ve innovador ni diferenciado. Incluso el importante planteamiento suyo sobre eliminación de la reelección ni siquiera suena. Sus buenas ideas se están opacando por el humo de esa hoguera que encendieron en su campaña y que divide a los colombianos entre buenos y malos.También existe la sensación de que el Presidente, a pesar de contar con mayoría parlamentaria, tiene serias dificultades para concretar las soluciones que nuestra nación necesita, y que constituyen el cimiento de una paz verdadera. De hecho en su agenda siguen diferidas varias reformas como son las relacionadas con la justicia, la educación, la salud, las pensiones, etc. Aunque en honor a la verdad debe decirse que varios de los pendientes, como el atraso vial, provienen de administraciones anteriores.En un proceso de paz lo más difícil no es firmar acuerdos. El verdadero reto es ser capaces de transformar en realidades lo estipulado. Si se defraudan las expectativas de los contendores la solución política quedará anulada, retornarán la guerra y sus horrores, la democracia será vulnerable frente los oportunistas de extrema. Ojalá tanto Santos como Zuluaga de ser elegidos, puedan imprimirle a la materialización de la paz aquella eficacia que Colombia reclama.