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Verdugos del Proceso de Paz

Que poca capacidad tenemos los colombianos para tener piedad y nos parece simpático unirnos a los coros de los crucificadores...

27 de mayo de 2019 Por: Angela Cuevas de Dolmetsch

Desde tiempos inmemoriales los Estados patriarcales y guerreristas han utilizado medios inhumanos, tanto físicos como psicológicos, contra sus congéneres, ya sea como una forma de castigo o para eliminar a sus contendores políticos.

Los romanos utilizaban la crucifixión, una de las formas más crueles inventadas por el hombre. A la humillación de ser expuesto a la intemperie y a la vista del público, se le sumaba una muerte lenta y dolorosa. La víctima podía tardar varios días en expirar, mientras sufría dolores, calambres, sensación de asfixia. Al final, en horas o en días, la muerte llegaba.

2000 años más de supuesta civilización no han cambiado la forma como los hombres con incalculable maldad castigan a otros seres humanos, pensando erróneamente que la sociedad se reivindica con la tortura y la crueldad. A los trasgresores de la ley reales o imaginarios se les castiga con la crucifixión psicológica, manteniéndolos en prisiones de alta seguridad, enfermos y maltrechos y con la espada de Damocles de una cárcel en Estado Unidos, llevándolos a las puertas del suicidio.

Que poca capacidad tenemos los colombianos para tener piedad y nos parece simpático unirnos a los coros de los crucificadores, que piden el cadalso no por asesinato, ni por violación, para un ciego que le tendieron una trampa con agentes de la DEA, sin jurisdicción en Colombia, para probarle el menor de todos los delitos, conspiración para delinquir.

Entrampar es: “hacer que cualquier especie caiga en un cepo o trampa, en defraudar, engañar o enredar artificiosamente, que enreda o confunde de algún negocio”, jurídicamente es cuando el estado induce a un ciudadano a que delinca para luego inculparlo y encarcelarlo.

Los gritos de venganza encabezados por el no tan ‘santo’ ex fiscal Néstor Humberto Martínez, no contra ‘Santrich’, pobre chivo expiatorio, sino contra el ex presidente Santos, su premio Nobel, las Farc, la JEP y el proceso de Paz, toman formas grotescas, donde es difícil saber quién es el malo y los motivos reales de sus actuaciones.

La eliminación de los líderes sociales, de 126 excombatientes de las FARC y ahora el reinicio del terrorismo de Estado como lo publica el New York Times en su difundido artículo del 18 de Mayo, son muestras fehacientes que la política de tierra arrasada ha sido heredada por este Gobierno.

A Álvaro Uribe no le hicieron entrampamiento por los falsos positivos, ni tampoco a Néstor Humberto Martínez, que está acusado de ser pieza clave en el sonado caso de corrupción masiva, el de Odebrecht, y en la muerte de dos testigos claves en circunstancias sospechosas llevados maquiavélicamente al suicidio.

¿Nos hemos preguntado si la corrupción, la inducción al suicidio y la violación de los derechos humanos con falsos positivos son delitos menos graves que la supuesta conspiración? ¿Es acaso un juicio político contra la Paz?

Seguramente Álvaro Uribe quisiera ser recordado como 'el salvador', que sí lo hubiera sido si se retira a tiempo en vez de asumir el papel de verdugo del proceso de Paz.

Sigue en Twitter @Atadol