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La vida no vale nada

José Ramón(*) era un hombre bueno y jovial. El lunes en la...

11 de febrero de 2011 Por: Angela Cuevas de Dolmetsch

José Ramón(*) era un hombre bueno y jovial. El lunes en la noche estaba sentado en su casa en un barrio de clase media de la ciudad con su esposa Elvira y su pequeño hijo Arturo, mirando la televisión como solía hacerlo todas las noches al llegar de su trabajo en el sector público. Se sentía feliz, pues después de muchos años de rebusque había logrado que un político le diera un contrato de prestación de servicios que le daba algo de estabilidad laboral, y había conseguido una casita en un sector nuevo, pero caluroso. Esa noche, como de costumbre, había dejado la puerta abierta para mitigar el bochorno y, aunque la reja del antejardín estaba cerrada, con gran estupor vio a un hombre joven armado que la saltaba y disparaba a los pies de Elvira para luego propinarle a él cuatro balazos en la frente y dejarlo tendido en un charco de sangre, mientras Elvira y Arturito gritaban angustiados: “mataron a José Ramón”. Mi amiga Elvira es ahora una viuda más de la violencia, así como otras siete mujeres de la Asociación Mujeres Cabeza de Familia, quienes perdieron a sus maridos el año pasado a manos de sicarios. Estas escenas sólo llegan como noticia a las páginas de los tabloides. La gran prensa considera de mal gusto darle cabida a noticias amarillistas. La semana anterior un bebé de dos años fue asesinado por una bala perdida disparada por un muchacho de 12 años. Todos los días hay tiros mortales, pero las muertes ya no son noticia y en las páginas judiciales se le da más despliegue a la niña de 11 años que llevaba pegados al cuerpo 70 celulares para entrarlos a la cárcel de Bellavista en Medellín, que a los macabros asesinatos que ocurren cada día. Nos hemos acostado con la muerte y hemos perdido la capacidad de asombro.Un sicario cobra entre $100.000 y $500.000 por hacer ‘el trabajo’, depende de la dificultad, y en las ‘oficinas de cobro’, por ser institucionalizadas, de $500.000 en adelante. Son muchachos jóvenes, a veces hasta niños, muchos hijos de madres solteras analfabetas y usuarios del Sisbén, según un estudio realizado por la Universidad del Valle en el 2009. Han pasado seis meses, el presidente Santos aún no empieza a resolver el problema y hay críticas de sus mismos aliados. “La vida es sagrada”, repetía Mockus, como si esa frase mágica les llegara al corazón a los sicarios y de un momento a otro se acabara la pesadilla. Llega ‘Kiko’ Lloreda como Alto Consejero para la Convivencia y Seguridad Ciudadana y el reto es grande. ¿Será que Kiko, así como Sir Robert Peel, el inglés que en el Siglo XIX convirtió a Londres en una ciudad segura, logra el milagro: curar una sociedad enferma, resocializando a los malos y poniéndolos a trabajar por el bien?(*) nombres cambiados