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Qué caro nos cobra natura

Mientras escribo estas líneas, las sobrecogedoras imágenes del tsumani o maremoto originado...

14 de marzo de 2011 Por: Álvaro Valencia Tovar

Mientras escribo estas líneas, las sobrecogedoras imágenes del tsumani o maremoto originado en las islas más propensas a los movimientos telúricos que son las de Japón, se aproxima al archipiélago de Hawai después de sumir aquellas en tremenda destrucción. Nuestro Litoral Pacífico lo aguarda con pavor, pues parece que llegará a la zona de Tumaco - Buenaventura y quizá alanzará a golpear a Bahía Solano en el sector septentrional del Chocó. Es el precio que la especie humana está pagando por la destrucción despiadada del medio ambiente. Fenómenos naturales como los llamados del Niño y de la Niña existieron siempre, pero jamás alcanzaron la ferocidad aniquilante que hoy registran y que tiene a nuestro país sumergido en inmensas extensiones, cuando aún faltan por lo menos tres meses de lluvias intensas para que podamos gozar de un verano que podrá oscilar entre el breve lapso de unas semanas mientras se recargan los depósitos celestiales y una sequía asfixiante.Este cambio climático, aunque las potencias industriales cierren los ojos ante la verdad de su culpa en producir el recalentamiento que licúa los hielos polares, adelgaza la capa de ozono que otrora filtraba los letales rayos ultravioleta y atemperaba el clima. Claro que la industrialización no es la única responsable. También el mundo subdesarrollado tiene su cuota -y grande- en el deterioro atmosférico. La destrucción de los bosques y el veloz agotamiento de los recursos renovables que nadie renueva y de los que no lo son, acentúa el castigo que ciclones, huracanes y tifones infligen a la zona tórrida, al paso que desastres naturales diversos intensifican sus energías destructoras de las cuales está plagado nuestro mundo contemporáneo.En Colombia, aparte de la tala indiscriminada de la capa arbórea que controlaba la velocidad de los vientos y el vertimiento de las aguas lluvias sobre las corrientes fluviales al recoger en sus raíces los líquidos que luego soltaban parcialmente en las épocas de sequía, se traduce en inundaciones como las que actualmente ocurren o las sequías que vendrán tarde o temprano. Otro tanto puede decirse de la minería desorbitada que deteriora considerables extensiones con vocación agrícola o de reserva natural como ocurre con la fuente de vida del páramo de Santurbán sujeto a encendida polémica entre el lucro minero y la urgencia de preservar el recurso perecedero pero vital de agua que allí abunda.