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Droga y delincuencia infantil

Algo muy grave está ocurriendo en el cuerpo social colombiano cuando la...

8 de octubre de 2012 Por: Álvaro Valencia Tovar

Algo muy grave está ocurriendo en el cuerpo social colombiano cuando la droga y la violencia han penetrado tan profundamente en sus raíces mismas. Un caso de reciente ocurrencia en una familia cercana que tiene a su servicio una señora de origen campesino cuyos abuelos tuvieron que emigrar de la región occidental de Cundinamarca, municipio de La Palma, durante la violencia sectaria de los años 50, donde poseían una finca cafetera con algún ganado y animales domésticos. Valiosos exponentes de la clase media rural cultora de virtudes y deberes ancestrales.Súbitamente, mientras cumplía las faenas propias de su empleo doméstico, recibió una llamada de su hijo de 13 años, informándole que el menorcito de la familia, apenas de cuatro años de edad, estaba aspirando pegante con un compañero del colegio distrital jornada matinal. Parecía un zombi, errático, casi inconsciente no coordinaba las palabras y tropezaba al andar.La mamá pidió permiso en la casa donde trabaja por días y voló al hogar. Surgían los interrogantes. ¿De dónde salió el dinero para adquirir el inhalador? El niño no maneja dinero sino lonchera. Tampoco el amiguito. ¿Entonces?El marido, transportador, recordó que días atrás se le había extraviado el celular. Estaba seguro de haberlo dejado en la casa, pero al no hallarlo imaginó haberlo perdido en el viaje de varios días y adquirió otro. Sometido al interrogatorio, el niño confesó que su amigo se lo había llevado “para cargarlo” pero en vez de devolverlo, dijo que en cambio traía “una cosa rica”. Era el inhalador de pegante, que ambos probaron esa tarde pero sólo el niño de la casa sufrió el efecto. El amigo, asustado, salió a escape. A tan temprana edad se había vuelto adicto. Entre su ropa hallaron los papás, remisos al comienzo a todo esfuerzo investigativo sobre ‘su angelito’, una navaja filuda y la insignia de ‘los zorritos’, aprendices tempranos de una pandilla juvenil, ‘los zorros’, que venían cometiendo fechorías en el vecindario y asediando a las niñas que andaban solas, a la vez que ‘reclutaban’ jovencitos para inducirlos al vicio y el crimen. La cuestión que surge es, si esto ocurre en un hogar bien compuesto, en el que los padres están obligados a trabajar para subsistir, ¿cómo serán los más desamparados?