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Un nuevo llamado

Los sociólogos cuando vemos que se enfrentan dos posiciones políticas antagónicas buscamos...

27 de enero de 2016 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Los sociólogos cuando vemos que se enfrentan dos posiciones políticas antagónicas buscamos alguna razón fuerte que explique el tipo de confrontación (intereses económicos o diferencias de clase por ejemplo) y por lo general no descansamos hasta encontrarla, así algunas veces ‘perdamos el año’ en el intento. El fracaso más espectacular proviene del esfuerzo por entender la Violencia de los años 1950 en la que se enfrentaban a muerte liberales y conservadores, que carecían de diferencias claras en términos políticos, sociales o económicos.Hoy en día el caso más dramático y difícil de comprender es el que tiene que ver con la oposición de Uribe y su grupo al proceso de paz impulsado por el presidente Santos. ¿Qué diferencia existe entre estas dos figuras? Algunos dicen que el ex presidente representa a un sector vinculado con la gran propiedad territorial, defensor de intereses conservadores y tradicionales, que busca ante todo mantener un statu quo cuyo modelo son los vínculos patrimoniales propios de la gran hacienda rural; mientras que Santos representaría una concepción más racional de la sociedad y del Estado, un sector moderno de la economía, más urbano que rural, que propicia una apertura hacia las grandes tendencias políticas del momento en el plano global. Sin embargo, aquí también ‘perdemos el año’ porque podríamos encontrar muchas similitudes y afinidades entre estos dos personajes de la política.Y en consecuencia, la oposición tan radical de Uribe al proceso de paz parecería responder, no a razones sociológicas profundas, sino a asuntos de carácter personal, como la vanidad o los apetitos de poder pero, sobre todo, a un desmesurado deseo de venganza. Uribe dio golpes contundentes a las Farc pero ninguno fue suficiente para satisfacer sus impulsos de retaliación. Él debe saber, incluso, que en su feroz oposición al proceso de paz está jugando de perdedor y en caso de que éste tenga éxito puede quedar marginado de la política. De nada le vale que crezcan los apoyos internacionales (desde Obama y la ONU hasta el Papa) o que el proceso sea cada vez más irreversible. Aún así, insiste, insiste e insiste, contra todas las evidencias, en que no habrá paz con impunidad, lo que en últimas significa continuar la guerra.Sin embargo, hay que tener en cuenta que la venganza es también una razón sociológica profunda. Las posiciones recalcitrantes contra el proceso de paz con que nos topamos todos los días nos permiten entender que el señor Uribe, más que expresar una posición personal, recoge un sentimiento colectivo de venganza y de odio muy arraigado en un amplio sector de la población. Es difícil encontrar en Colombia una persona que directa o indirectamente no haya sido víctima de la violencia; y con los afectados y los indignados es prácticamente imposible argumentar. No olvidemos que el odio crea un vínculo más sólido y permanente que el amor; el deseo de venganza es refractario a los argumentos racionales y busca siempre nuevos y mayores motivos para realizarse.Aquí se encuentra entonces el meollo de la cuestión: ¿cómo romper con la cadena de venganzas que define la violencia colombiana desde los años 1950 o, incluso, desde antes, tanto para víctimas como para victimarios? Todos nos sentimos indignados con las atrocidades que han cometido los grupos armados. Pero, aún así, tenemos que ir más allá de ese “sustrato emocional” y "conectar" de nuevo la inteligencia para entender racionalmente, aún a pesar de una legítima indignación, que mientras no salgamos de ese círculo infernal de retaliaciones no podremos tener un país en paz.